Ayer, en Huesca, volvía Morante a los ruedos, después de un mes de convalecencia, y la Plaza se llenó. Por supuesto que el de la Puebla es un imán para los aficionados, el que tira de la taquilla, junto a Roca Rey. Nadie lo duda; pero conociendo, como conozco, el empuje juvenil y novedoso de la empresa que gestiona este coso del Alto Aragón –Tauroemoción, se llama—no me extrañaría que, este año, la feria de San Lorenzo –la de “la albahaca”—sea un éxito de público. Y yo me alegro.
Ciertamente, la corrida de Antonio Bañuelos no dio para mucho, pero los toreros si dieron para ello, porque Morante, con un toro imposible y otro medio noble y medio lelo, logró en éste, ¿cómo decirlo?, lances y muletazos suaves, lentos y armoniosos, suertes de capa y muleta que el público recibió con agrado, aunque sospecho que no tanto como el contenido de los tuppers que, mientras tanto, se iban vaciando con increíble voracidad en los tendidos (en todos los tendidos) con cuchara, cuchillo y tenedor. Fueron pases bonitos, pero no bellos, aunque, eso sí, con el aval firmado por Morante, y ustedes me entienden. Solo un genio como este torero cigarrero puede competir en Huesca con unas tajadas de carne o pescado cocinadas con esmero, o con unos bocadillos jurásicos, abrazados por los grilletes de dos trozos de pan a la medida.
Por ejemplo, una medida de torero en sazón, como la que dio Ginés Marín, especialmente en el último toro de la corrida, uno de los dos bravos y encastados que soltó Bañuelos entre cuatro albahacas insípidas. Marín lo bordó al natural, mató con soltura y eficacia y cortó tres orejas (una y dos), con lo que la fiesta se cerró a un nivel artístico francamente alto; un fin de fiesta en la que uno de los participantes principales –protagonista-- fue el mexicano Joselito Adame. Variado y brillante con el capote, realizó una meritoria faena al segundo toro, aunque la espada se le fuera a la parte baja del morrillo. Las dos orejas, parecieron excesivas, pero… el presidente entró en comunión con el público festero y feliz, y santas pascuas. Sin embargo, en el quinto se reivindicó como torero muy a tener en cuenta. Bordó un quite por zapopinas y cuajó una faena de muleta de alta calidad, con series de largo contenido, trazo largo y estéticos remates. Quizá Joselito creyera que un público con la andorga llena y en plena digestión, no debe ser muy dado a gustar de refinamientos artísticos; por eso se echó de rodillas, con la inequívoca intención de levantar el interés de la concurrencia; pero lo que ocurrió fue que el bravo toro lo arrolló y lo buscó en el suelo con insistencia, al punto de pegarle un puntazo hondo en la cabeza, de la que muy pronto comenzó a manar sangre en abundancia, hasta dejar el rostro de Adame como un ecce-homo. Sangre auténtica, de cuerpo humano, no como la sangre espesa y escandalosa que tantas veces hemos visto, tras una voltereta, en la que la cara del torero ha caído de bruces sobre el morrillo ensangrentado del toro, haciendo creer que el herido era el racional y no el animal. He presenciado con harta frecuencia cómo ciertos toreros –alguno, de postín--, han dado la vuelta al ruedo, con trofeos o sin ellos, sin haberse sometido antes al lavatorio breve, elemental e higiénico, con la toalla de toda la vida; por tal motivo, me complace hacer notar el gesto de sinceridad de Joselito Adame, que pese a tener la cabeza abierta por el pitón de un toro, siguió impertérrito su faena aunque no pudiera contener la hemorragia que le salpicaba hasta el cuello de la camisa y la pechera. Era sangre suya, auténtica; por eso, después de perfilarse ante el toro agresor, para tirarlo patas arriba de una estocada y cortar otras dos orejas (estas sí, auténticas también), lo primero que hizo fue lavarse la cara y pedir que le cerraran provisionalmente la herida. Eso es de tíos, de toreros de verdad, de valientes sin dobleces. De hombres sinceros y cabales. Durante el fragor de la batalla en el ruedo, el torero tiene que ser admirado, no compadecido. Y menos, si el ensangrentamiento es “una full”, que diría un castizo.
Me place una vez más, denunciar el injusto tratamiento que en España se da a Joselito Adame (también su hermano Luis David ha sufrido la racanería de público y empresas), que ha demostrado gran capacidad artística en múltiples ocasiones y su no menor capacidad para vencer al sufrimiento, tras algunos horribles percances que ha sufrido recientemente. Ayer, en Huesca, dio una lección de buen toreo y de valor sincero. No quiso utilizar su sangre para obtener medidas de gracia ajenas a su quehacer en el ruedo frente al toro.
Ya tenía ganas de explayarme en esta cuestión, y este Joselito mexicano me lo ha puesto en bandeja. En tauromaquia, cuando del rostro humano se trata, la sangre propia, no se vende. Se limpia.