En Valladolid, la feria taurina de la Virgen de San Lorenzo se está convirtiendo en la vendimia de la Ribera del Duero. La empresa Tauroemoción confecciona unos carteles altamente atractivos y las bajas han ido cayendo, una tras otra, como antaño, por estas fechas, caían los racimos de uva en las viñas y majuelos de esa Ribera del río de Antonio Machado que forma curva de ballesta en torno a Soria en los cestos, cuévanos y cestillos de los vendimiadores: sin remisión. La vendimia en los carteles empezó con la ausencia de Daniel Luque para la corrida de hoy, después con la confirmación de otra baja sensible, la de Morante; y, en fin, también, hoy el coso del Paseo de Zorrilla se llenó de rumores apenas había transcurrido media corrida: mañana, no torea Roca Rey. ¡Trágame, tierra!, debió pensar el empresario. Si en los tendidos de sol la ausencia de Daniel Luque había redundado en un desolador aspecto, por la devolución de numerosos boletos, el latigazo de la caída del ídolo peruano en su primer encuentro con los toros de Victorino, podía hacer dos rotos: el de la expectación desbordante que se respiraba a orillas del Pisuerga y el que afectaba directamente a la taquilla. Así, pues, durante esa fase de la corrida los teléfonos de Alberto García y compañía echaban humo.
En ese ambiente se habían lidiado tres toros de Bañuelos, ganadero debutante en Valladolid, de muy variada condición. Uno, primero, burraco de pelo, bravo de carácter, pero de escaso empuje; otro más codicioso y asequible para el lucimiento del torero, y un tercero, serio, de cuerna acapachada, que embistió sin desmayo por ambos pitones. En ese orden de lidia, Miguel Ángel Perera se puso a torear en redondo con la muleta, engarzando, uno tras otro, muletazos casi circulares que al toro debieron parecerle demasiada noria para tan poco agua; pero si no llega a fallar con la espada, se lleva oreja al esportón, en vez del aviso de rigor, Joselito Adame lució con la capa y se hartó de dar pases de muleta, largos y templados, como exigía la buena embestida del animal, en una faena larga, intensa y, a ratos, de notable lentitud, que emborronó al fallar con la espada en la suerte de recibir, por lo que el premio se redujo a una ovación. Y Fernando Adrián, que lleva una racha increíble, aferrándose a las sustituciones de la plaga de colegas que siguen en el “hule”, se presentó en Valladolid con dos faroles, rodillas en tierra, un reposado fajo de verónicas y un espectacular trasteo a un toro bravo, noble y codicioso; pero también se le negó la espada y le avisaron. Fue en ese momento cuando el otro aviso, el que viajaba a lomos del rumor, empezó a cobrar certidumbre y la caída de Roca Rey para el día siguiente, se adueñó de la tarde.
También fue entonces cuando Perera aprovechó el raleo de embestidas noblonas del cuarto toro para cortarle la oreja después de una eficaz estocada, algo que no pudo conseguir Joselito Adame, esforzado al máximo ante la bronquedad del quinto, que no le dejó expresarse en la medida que corresponde a su condición de figura del toreo mexicano.
En esas estábamos cuando salió al ruedo el sexto de la corrida, un toro de bellas hechuras, embestida humillada y enorme fijeza. Con él, Fernando Adrián se empleó a fondo, toreando de rodillas y de pie en una faena intensa, en la que destacaron tres series en redondo por el pitón derecho, ligadísimas, dos de naturales de alta nota y unas ajustadas bernadinas. Esta vez enterró la espada al primer viaje y se llevó las dos orejas del gran toro de Bañuelos. Lo dicho: este torero está que se sale, por eso le sacaron en hombros por la Puerta Grande. Una vez más (otra vez), Fernando Adrián.
Ya en la calle, la gente se arremolinaba, tratando de averiguar quién sustituirá a Roca Rey. Ya con las sombras de la noche bien cerradas sobre la vieja Pucela se despejó la incógnita: Nadie. La corrida de Victorino la matarán, mano a mano, El Juli y Emilio de Justo. ¿Es justo? Cada cual que atirante la lona de su vela; pero desde luego, el palo, para la empresa, seguro que estará más firme que si se recompone el cartel con una nueva sustitución. No hay, a mi juicio, un recambio que neutralice a la ilusión generalizada. Este mano a mano tiene su morbo. Quietos parados, hasta ver. Mañana se lo cuento.