De Justo, emociona; Roca Rey, arrolla

El diestro Roca Rey sufre una cogida.

EFEEl diestro Roca Rey sufre una cogida.

Ver llena (casi, casi) la plaza de toros de Valladolid, fuera de la feria de San Lorenzo, en septiembre, es (casi, también) un milagro. En la mini de San Pedro Regalado solo recuerdo los graderíos a tope en el debut de Pablo Aguado, cuarenta y ocho horas después de su clamoroso triunfo del año 19, en Sevilla. Ese día estaba a rebosar; ayer, le faltó muy poco. Algo bien estarán haciendo los chicos de Tauroemoción, con Alberto García a la cabeza, para que en los dos festejos, novillada y corrida, hayan dado una vuelta de tuerca espectacular a esta fiesta patronal, taurina por naturaleza, haciendo revivir –resurgir-- a la afición vallisoletana, que falta hacía. Una cosa es cierta: Roca Rey tiene un tirón descomunal, especialmente entre la gente joven; pero si no se maneja el marketing con habilidad, si no se gastan los cuartos en publicidad y si no se dobla el lomo trabajando sin descanso, el (casi, casi) lleno de ayer no se alcanza ni de coña. Y eso que, a la tarde fría y el cielo entoldado, se unió la “gracia” de poner a la misma hora el partido de fútbol Valladolid-Sevilla, con mi Pucela jugándose la permanencia en Primera División. De no haber sido por esta desagradable coincidencia, hasta se hubiera podido colgar el No Hay Billetes.

La corrida de Justo Hernandez, primero y segundo con el hierro de Domingo Hernández y el resto con el de Garcigrande, fue terciadita y “carabonita”, con dos toros de alta nota, segundo y tercero, otros dos más exigentes y los dos restantes, casualmente el lote de Alejandro Talavante, ciertamente desaboríos. Desarrollaron genio, sentido y algunas cosas negativas más, con lo cual, el Tala se fue de vacío, entre el general desencanto, escuchó un aviso en cada toro (en el primero todavía está descabellando) y fue testigo principal del triunfo de sus compañeros de cartel, que se repartieron, fifty-fifty, seis orejas.

Y es que el resto de la corrida fue un no parar, sobre todo durante la lidia del segundo de la corrida, con el hierro de Domingo Hernández, un toro bravo y encastado que se desplazaba hasta más allá de los últimos flecos de la muleta, para regresar, codicioso y hambriento de tela roja. Un gran toro. Emilio de Justo aprovechó hasta la última gota su caudal de bravura, desde los lances a la verónica de pierna medio genuglexa, hasta las últimas tandas de  muletazos por ambos pitones, siempre muy encajado, con el compás abierto y el mentón clavado en el nudo del corbatín. El toro no se cansaba de embestir y Emilio tampoco de torear, haciendo subir, pase a pase, el termómetro de la emoción. Faena larga, pero grande, con el público absolutamente entregado. La espada entró por arriba, ligeramente trasera, hasta los gavilanes y el toro aguantó mecha apalancado contra las tablas, lo cual le costó al torero escuchar un aviso. Cortó dos orejas. Estaba cantado. Volvió a fajarse con el quinto, un garcigrande geniudo con el que De Justo se aplicó de lo lindo a la labor de desbastar las rebabas de bravura mal administrada. Lo consiguió en otro trasteo dilatado, hasta el límite de las facultades del toro. Volvió a sonar el clarinazo del aviso, pero Emilio también volvió a meter la espada al primer viaje, esta vez, mejor colocada. Nueva oreja. Emilio de Justo estaba feliz, enamoriscao de Valladolid y de su afición.

Cuando el torero de Torrejoncillo no había terminado de digerir su éxito, recién arrastrado ese segundo de la tarde, sale a escena Andrés Roca Rey y se planta ante el de Garcigrande para llevarle embebido en el haz del capote en un dilatado toreo a la verónica. Poco picado –ya saben, es norma de la “casa”--, comienza la faena andándole por bajo, con gran displicencia, para después embarcarle en redondo en  muletazos diestros –dextrorsos, diría K-Hito—y pases naturales que el toro consumía sin que se viera harto. Otro toro para gozar el toreo. Las tandas tuvieron distinto grado de calidad, pero Roca llevó siempre al toro perfectamente embarcado en la muleta… hasta que el animal mostró signos de agotamiento. Entonces fue cuando vimos al peruano ofrecer un recital de encimismo de lo más inverosímil. Se pasaba al toro por delante y por detrás sin mover un músculo, engarzando trincherillas y arrucinas con pases en la línea de la embestida, con media muleta arrastras o circulares completos citando por la espalda; para, finalmente, dejar que los pitones acariciaran los bordados de la taleguilla, el chaleco y la chaquetilla –lo que viene a ser el terno, vamos--, elevando la temperatura de la faena a tal altura, que llegó a `poner a miles de personas en pie cuando Roca tiró los trastos al suelo y se ofreció a los cuernos de aquél asombrado –obnubilado—animal, como los Evangelios cuentan que hacía los hebreos en los ritos sacrificiales, ofrecidos al Rey de los cielos. El desiderátum. Arrollador, Roca-Rey. Se volcó tras la espada y el toro le propinó una descomunal voltereta, saliendo del trance adolorido de la entrepierna (la zona perineal, más bien) y el toro mortalmente herido. Clamor de pañuelos. Dos orejas. Se pide el rabo, pero… me parece a mí que esto de los rabos va a tener un año sabático, por lo menos. Una vez que se confirmó que no estaba herido por asta de toro, volvió a las andadas en el sexto, aunque esta vez el de Garcigrande no permitía encimismos ni alharacas. Era probón y se quedaba corto, a medio viaje, con el belfo husmeando el lazo de las zapatillas. Toro deslucido, al que Andrés obligó a pasar una y otra vez, sin que descompusiera la figura en momento alguno. Manoletinas finales y otro estoconazo de los suyos, marca Roca-Rey. Nueva oreja y paseo en hombros, junto a Emilio de Justo.

La gente que entró mosqueada por el color cenizo de los cielos y el termómetro en modo invierno, salió encantada de la Plaza. El cliente ha vuelto. Ahora solo falta mantenerlo, incluso incrementar su número. Por si vale la sugerencia, sería menester subir un puntito la presentación del ganado. Es lo que está por mejorar, todavía. Si en septiembre Tauroemoción lo consigue, lo borda.