Cuando la entrega absoluta del hombre salva una mala corrida

El último brindis de El Juli.

EFEEl último brindis de El Juli.

Empecemos por el principio, por el título de ahí arriba: los tres toreros que ayer cerraron la feria de San Miguel en Sevilla fueron “culpables” de que el ganadero Justo Hernández pudiera sacar la cabeza de entre las tablas del burladero del callejón y respirar hondamente cuando se llevaban sus toros al desolladero. Y a mí me parece bien, porque los tres gallos de pelea venían a lo que venían, a pelear el triunfo a cara de perro, jugándose la vida ante la cara del toro. En definitiva, el toreo es eso, saber, querer y poder, cuando las circunstancias son adversas, entrar al juego de envite cuando en las cartas pintan bastos. Y ayer, en la Maestranza de Sevilla, El Juli, Sebastián Castella y Daniel Luque no regatearon esfuerzo, ni volvieron la cara nunca ante la mansurronería y tunantería de los toros salmantinos; al contrario, expusieron hasta lo inverosímil para sacar provecho de las embestidas mentirosas de los garcigrandes que lucían los dos hierros de la casa. No hubo toro medianamente claro, sino pájaros de cuenta que disfrazaron su tunantería taimada con arrancadas medio bravas en los primeros tercios o en los finales de algunas faenas de muleta. Lo dicho, si no llega a ser porque en la Plaza había tres toreros de una pieza, tres figuras contrastadas, la debacle ganadera hubiera sido inevitable.

El Juli era el gran protagonista del cartel que, en principio contaba con la presencia de Morante de la Puebla, pero como ya se supo al terminar la primera corrida de la feria Morante causó baja y corta el final de temporada. Entró en su puesto Sebastián Castella victorioso triunfador de este sanmiguel taurino, con su Puerta del Príncipe a cuestas. Eran de prever –ya lo advertí en la crónica—las reticencias del dardo puntilloso cuando esto de la Puerta se produce con un inesperado protagonista, y así a Castella se le ha querido enfriar su apoteosis, por aquello de la desmesura en los premios. A este respecto no me paree propio insistir en la cuestión, porque la cuestión que compete es que el gran protagonista de la tarde tenía nombre, apellidos y apodo: Julián López Escobar, alias, El Juli. No se podrá quejar Julián del recibimiento del público sevillano. La ovación, nada más acabado el paseíllo, ponía la piel de gallina a los asistentes –a mí, al menos--, con el gentío puesto en pie, juntando las manos con frenesí en un sonoro homenaje que parecía interminable. La tarde, pues, parecía ideal para que encauzara un río de emociones, pero…

Ya digo, fueron saliendo los toros y pronto se vio que los dichosos cornúpetas de Salamanca la blanca no estaban por la labor. El primero, manso, avisado y mirón; el segundo, que pareció arrancarse al caballo de bravo, resultó ser un bravucón que acabó rajándose; el tercero, otro mansurrón y, además, peligroso por el pitón izquierdo, embestía a regañadientes, con la pala de los cuernos por encima del estaquillador de la muleta; el cuarto, remolón y cortón en banderillas nunca se entregó a la causa de El Juli, el quinto, distraído, sin fijeza, parecía reparado de la vista, muy deslucido; y el sexto se frenaba ante capotes y muleta escandalosamente. A ver, ¿qué se puede hacer con semejante material bovino para que no decayera una tarde de toros presentada como gran acontecimiento?

Pues se hizo, mucho y bien. Sin embargo, Julián hubo de abreviar con el inservible ejemplar que abrió el festejo; pero se fue a porta gayola –bueno, relativamente, porque esperó al toro arrodillado, casi en los medios—y se empleó si desmayo con percal y franela, hasta lograr que el toro remolón aceptara siquiera unos muletazos, de uno en uno, a veces citando de forma frontal, a lo manolovazquez. Mató de una estocada trasera, le pidieron las dos orejas, pero solo paseó una. Bien está, qué más da. Sebastián Castella intentó por todos los medios a su alcance demostrar que esta temporada de su regreso a los ruedos no es sino el prólogo de una etapa de superación en su carrera taurina, toreando de capa como desparpajo y aplomo a un toro que acabó tirando la cuchara a media faena, y a otro sansirolé que también recibió en una porta gayola desde la lejanía del portón. No se le puede pedir mayor esfuerzo ni más entrega a un torero con semejante lote de bóvidos supuestamente bravos.

Y ahora, vamos con Daniel Luque, que fue el auténtico “suceso” de la tarde. Se empeñó en sacar partido al que llevaba la cara por arriba y se distraía con un mosquito, consiguiendo series de muletazos sin dar un solo paso atrás, incluso haciendo ver que el toro no era tan malo como parecía; pero el toro era lo que era. El que era bueno –buenísimo y valentísimo—era el torero. Así que, tras un trasteo increíble de temple, mando y quietud, acabó tirándose encima del morrillo del bruto con una rectitud también brutal. La espada entró caída, esa es la verdad, por tal motivo, las dos orejas parecieron excesivas; pero el público las pidió y el presidente las concedió. ¿Problema? Pues que en el sexto, que no valía un duro, Daniel se empeñó en arañar puntos para erigirse al final en el gran triunfador de la corrida, saliendo por la Puerta del Príncipe, en juna faena de alta exposición y entrega absoluta que remató con una gran estocada en los medios; pero aquí el presidente no apeló al reglamento, porque la petición de oreja fue evidentemente mayoritaria. Si no hubiera concedido dos al torero en el toro anterior, el equilibrio habría sido perfecto.

En una tarde de toros difíciles y deslucidos, hubo también otros hombres de luces que se jugaron el tipo en cada trance, a saber: la gran actuación con el capote de brega de José Chacón, un par antológico de Iván García y otros magníficos de Viotti y Fernando Sánchez. ¡Qué tíos! ¡Qué forma de asomarse al balcón de los cuernos y clavar en todo lo alto!

La corrida y la feria de San Miguel de Sevilla terminaron con un cabreo monumental de Daniel Luque y una ovación clamorosa a El Juli en su paseo final hasta el patio de caballos, para irse por la calle Iris hacia el hotel. Ahora le espera un tiempo inconcreto de asueto y descanso. Bien se lo merece. Se va un toreo de época, el que ha ganado más Puertas del Príncipe de cuantos actuaron en esta Plaza. Un torero histórico, sin duda.

Suerte en tu nueva vida, Julián. Y enhorabuena.