No es país para viejos

Carlos San Juan

EFECarlos San Juan, promotor de la campaña Soy mayor, no idiota

Ramón, 87 años, profesor durante toda su vida en un Instituto de Palencia, se levanta esa mañana con un nudo en el estómago. La gestión de ese día, que le ocupará varias horas, le asusta y desazona. Y eso que se trata de algo tan normal como ir al banco a sacar dinero! Ramón piensa que, a su edad todo se te hace un mundo pero es que “nos lo ponen muy difícil, casi imposible”. La sucursal de la Caja de Ahorros en la que Ramón tiene su pequeño capital y en la que cobra su pensión ha cerrado. Ahora hay que ir bastante lejos, no es muy lejos para alguien joven o sin problemas de movilidad, pero para Ramón, desplazarse hasta allí con su muleta y con el frío que hace es una verdadera odisea. Y, después, hay que volver…

A Ramón sólo le pueden atender en el horario de 9 a 11 de la mañana, si se retrasa, pierde la oportunidad de acceder a SU dinero.  “A esa hora sólo estamos los viejos y malamente porque no hay dónde sentarse. El mes pasado, una señora mayor se tropezó al llegar a la ventanilla y se hizo daño; pero es que la mujer llevaba 20 minutos de pie con las rodillas muy averiadas”.

La digitalización de la banca así como la reestructuración de todo el sector y el cierre de cientos de sucursales en todo el país, deja fuera de juego a los mayores. Sin piedad ni empatía de los gestores, los viejos pasan un verdadero calvario para poder gestionar su dinero.

María, 90 años bien llevados, se desplaza en un taxi al hospital Ramón y Cajal. Allí siempre la atienden de maravilla y con cariño. María camina con uno de esos andadores con ruedas que han salvado la movilidad de muchos ancianos. Cuando, ayudada por el buen taxista, María afronta la subida de la rampa que lleva desde la parada hasta la puerta del hospital, se arma de valor. La rampa es empinada, hay que agarrarse fuerte al andador y, aún así, hace falta bastante fuerza para empujar y subir. La bajada, cuando acaba su revisión médica, es casi peor. María pasa mucho miedo bajando por esa cuesta. “Cualquier día voy a caerme y ya me han operado las dos caderas! Menos mal que hay gente buena que, a veces, me ayuda”. Al volver del hospital, María debe pasar por la farmacia y por la frutería. Después vendrá la larga tarde solitaria. (Casi dos millones de ancianos viven solos, en España. El 73% son mujeres).

En 2023 habrá, en España, 12’3 millones de personas mayores, lo que representa un 25’2% del total de la población. Son el grupo mayoritario pero son los que menos importan. No hay nada más alejado del discurso oficial y general sobre los viejos que la realidad de sus vidas. Políticos, banqueros y empresarios, alcaldes y gobiernos autonómicos se llenan la boca de el respeto que debemos a nuestros mayores; ellos que se han esforzado y trabajado toda su vida para que, nosotros hoy, podamos disfrutar de un estado del bienestar moderno y, bla, bla… Pero los servicios públicos y los privados, en la inmensa mayoría de los casos, funcionan a espaldas de las personas mayores que se sienten fuera del sistema, ignoradas y humilladas.

Comisaría de la calle de la Luna, Madrid: dos ancianos se presentan, con cita previa, a renovar su DNI porque han cambiado su lugar de residencia. Les esperan dos horas de gestión. Hay que subir una planta. Manuel, 89 años, investigador y médico ilustre de la sanidad pública, camina con su bastón. Lo hace con dificultad pero lo que le resulta imposible es subir y bajar escaleras. La comisaría abarrotada de gente, dispone de un elevador antediluviano que los funcionarios no consiguen activar. Pasa una buena media hora hasta que aquello arranca. Manuel va muy inseguro, de pie y a tirones. Al bajar se golpea en la cabeza con el bajo techo de la escalera. Es evidente que el elevador no reúne las mínimas condiciones de seguridad.

Después vendrá una hora más de espera; ninguna preferencia para personas que, como él y su mujer, son muy mayores y se agotan en esas colas eternas.

No es este país para viejos. Vivimos como si no existieran, lo que, además de inmoral, es estúpido. El colectivo de personas mayores que más crece y crecerá en los próximos años, es el de los mayores de 80. Muchos de los que hoy gestionan y planifican, llegarán a esa edad. Aunque sólo fuera por interés propio, deberían empezar a ocuparse de hacer la vida más fácil a nuestros ancianos. En efecto, ellos y ellas han hecho posible nuestro actual bienestar. Les debemos una gratitud infinita.