Naufragio Villacís

La vicealcaldesa Villacís y el alcalde Almeida.

AYUNTAMIENTO DE MADRIDLa vicealcaldesa Villacís y el alcalde Almeida.

Difícil va a tener Begoña Villacís conseguir los 80.000 votos que necesitará de los madrileños el próximo 28 de mayo para volver al Ayuntamiento de la capital si no ha sido capaz de alcanzar los 126 avales de sus compañeros de Ciudadanos (se quedó en 122) que le hubieran permitido volver a ser candidata al consistorio con arreglo a los estatutos de su formación. Ha tenido que ser la dirección del partido quien dedocráticamente la haya tenido que elegir para ser cabeza de cartel.

Todo en ella ha sido naufragio desde que empezó a buscar un lugar bajo el sol en el que sobrevivir al esperpento en el que se ha convertido su formación. Isabel Díaz Ayuso le cerró en la cara las puertas del Partido Popular de Madrid, al que se había ofrecido sin disimulo para acompañar a Almeida, y ahora los pocos militantes que todavía quedan en Ciudadanos también le han pintado la cara por su deslealtad en prime time al comprobar que habían sido platos de segunda mano.

Y en política, las deslealtades, los cambios de chaqueta obscenos, las ambiciones desmesuradas e intentar alcanzar el poder al precio que sea y por encima de quien sea, acaban pasando factura. Y a Begoña Villacís, con una gestión exclusivamente personal de la crisis de Ciudadanos, se la ha visto siempre muy por delante de los intereses de la formación centrista y trabajándose el sillón del día después al margen de quienes hasta hace un par de telediarios eran los suyos.

Su papel en esta crisis de Ciudadanos ha sido errático, poco claro y muy interesado. Primero dijo en varias ocasiones que ella no se veía en el PP, que era lo último, vamos; después, que no le importaría formar una corriente interna dentro del partido conservador; más tarde, que se habían malinterpretado sus palabras; para concluir el culebrón afirmando que ella seguía en Ciudadanos, que nunca había pensado abandonar la nave y que iba a presentarse a las primarias para ser candidata al Ayuntamiento de Madrid. Entre medias, conversaciones con altos cargos de la dirección nacional del PP, en las que se negoció su rendición y entrega, y, especialmente, la coz de Ayuso, que no la quiere en sus dominios ni echándole una mano al flojo Almeida. Lo correcto sería que Villacis abandonara y se fuera, ¿pero quién hace lo correcto en esta jauría política mediocre que nos tiene rodeados? 

Cierto es que Núñez Feijóo la pretendía para intentar afianzar al paupérrimo alcalde -Villacís tiene un cierto tirón, más por imagen que por trabajo, entre el electorado de centro derecha- porque en Génova 13 no las tienen todas consigo con su candidato de cara al 28M. Pero la maniobra de Ayuso, siempre tan leal con los intereses de la dirección nacional de su partido, cercenó cualquier posibilidad de aterrizaje de la todavía vicealcaldesa, que ya se veía como ‘número 2’ en las listas del PP al Ayuntamiento de Madrid. Y Feijóo calló, una vez más, después de que Ayuso le diera la enésima patada al cántaro de la lechera; la Comunidad de Madrid, dicen en el entorno del gallego, es cosa de su presidenta y mejor no engancharse con ella.

La trayectoria de Villacis no deja de ser fiel reflejo del devenir de un partido que ya no es. Partido y candidata han iniciado una huida hacia adelante, por diferentes caminos, pero ambos autodestructivos, que amenaza con no llevarlos a ningún sitio que no sea su paulatina desaparición. Es el final escrito, gradual pero implacable, para la formación naranja, un partido basado más en liderazgos y photoshop que en ideas, más allá del tópico de la equidistancia y de que en el centro se encuentra siempre la virtud, lo que es radicalmente falso.

Tuvo su oportunidad tras las generales de abril de 2019 -Ciudadanos sumaba 180 diputados con el PSOE- pero el ‘no es no’ de Albert Rivera nos trajo a Podemos y marcó el final del político catalán y el descenso a los infiernos de su falso partido.
Y también la tuvieron en las municipales y autonómicas de hace cuatro años, cuando no supieron rentabilizar sus buenos resultados, especialmente en Madrid donde pudieron hacerse con el Ayuntamiento o la Comunidad pero se las regalaron al  PP a cambio de migajas. Ciudadanos y por ende Begoña Villacís estaban condenados a la extinción desde ese mismo día.

Sus votantes se cayeron muy pronto del guindo y se dieron cuenta de que, salvo la ambición desmesurada y estúpida de su hasta entonces líder o de la actual vicealcaldesa, sin olvidarnos de Inés Arrimadas, no había nada sólido que pudieran aportar. Siempre fue Ciudadanos una formación sin peso, sin discurso y sin más ideología que el éxito individual de sus líderes.  

A la hora de la verdad detrás de la foto de estos actores principales solo se adivinaba el culto a la personalidad, o lo que es igual: la nada, el vacío absoluto, el inexorable naufragio, que, según la RAE en su tercera acepción, quiere decir algo así como buque a la deriva cuya situación es peligrosa para los navegantes.