Ayer maté un mosquito.
Estaba sobre la pared y como cada día veo peor de cerca, no estaba muy segura de que fuera un mosquito.
Además ¿un mosquito en octubre?
Aún así, lo aplasté.
Sí, era un mosquito.
Un mosquito hembra.
Lo supe porque tiñó de rojo la pared recién pintada, y uno de los almohadones de lino con el que lo aplasté.
Es asombroso.
No tanto el calor, que también, este calor africano en Galicia, sino las especies.
Esto, como muchas otras cosas, tiene un nombre: esterar.
Esterar es vestirse de otoño antes de tiempo, como sucede con los armiños, que esteran y se visten de blanco cuando todavía no hay nieve.
Nos sucede también a nosotros, cuando esteramos, como si cubriéramos de esteras los suelos, y nos vestimos de otoño, o de invierno, porque toca, para pasar un calor que ni en verano.
Vivimos en el estero del otoño, pero sigue siendo verano, lo cual trae una cierta desazón, entreverada por la ilusión de esta propina de buen tiempo, como si las estaciones no avanzaran.
No es tanto el calor lo que me preocupa, que me encanta porque yo nací en el desierto y reconozco este aire africano a kilómetros de distancia como los camellos el petricor de la lluvia cuando aún no ha caído ni una gota.
No es, escribía, lo peor, el calor; sino lo que trae.
Las especies que vienen con él y con la calima del desierto, lo cual debería empezar a preocuparnos seriamente, como si ya viviéramos en él, para anticiparnos como hacen las especies que anticipan en la costa la subida de las mareas para no verse arrastradas.
Porque esto no es una ola de calor, sino una verdadera colonización de las especies xerófitas sobre nuestro territorio, lo cual nos está indicando que nuestro hábitat, sigilosamente, está cambiando mucho.
Una avanzadilla del desierto que vendrá y que está entrando sin darnos cuenta con la arena volandera de las calimas, con sus insectos expatriados, mientras hacemos bromas y disfrutamos, como si fuera un regalo, de este calor otoñal.
Que hay cambio climático, no tengo ninguna duda científica.
Pero me parece aún más digno de analizar el cambio biológico que conlleva, lo que se conoce como fenología, que observa las especies con las estaciones y los días.
Y están los manzanos de nuevo florecidos, con una floración más tímida, pero florecidos.
Yo he salido a escribir, igual que si fuera a pintar, afuera.
Y aquí estoy, a la hora de la siesta, muerta de calor, escribiendo como si lo hiciera dormida porque este calor nos lleva a un lugar donde, a estas horas, se duerme.
Estoy aquí, oyendo el rumor de las hojas, agradeciendo haber plantado castaños y magnolios, cuando estaba dudando si no darían mucha sombra a la casa.
Sólo faltan los grillos para que sea verano.
Pero es otoño, y lo sé porque han caído ya las castañas y los hayucos, quizás también fuera de tiempo.
Y porque las hortensias están violetas, algunas incluso secas, cosa que no me había sucedido hasta este año, que se secaran las hortensias.
A lo mejor acabamos plantando cactus, o sembrando cultivos de secano.
El desierto avanza.
Mi niñez, tan lejana, se acerca.