Los problemas electorales en Melilla no son nuevos. El Tribunal Supremo ya confirmó en el 2021 la condena de dos años de prisión al líder de Coalición por Melilla y expresidente de la ciudad autónoma Mustafá Aberchán, además de al exsecretario general del PSOE en aquella localidad, Dionisio Muñoz, por la compra de votos por correo durante las elecciones al Senado en el año 2008. Es increíble que desde entonces no se hayan tomado las medidas necesarias para evitar la repetición de tales hechos. Pero no se hizo y ahora sufrimos las consecuencias. Se reproduce el fraude electoral y no nos enteramos, oficialmente, hasta que el escándalo salta a los medios de comunicación con números y porcentajes. Del 2% o 3% del habitual voto por correo se ha pasado a cifras de dos dígitos gracias a la falta de controles eficaces para prevenir este chanchullo tan eficaz como burdo. El ministro de turno nos consuela diciendo que la limpieza de las elecciones está garantizada, pero parece referirse a un futuro que no tiene efectos retroactivos sobre lo hecho anteriormente. Veremos si la pasividad en el proceso del voto por correo no desemboca en una impugnación del resultado electoral.
Pero lo más lamentable es que al socaire de este escándalo se encuentra en el punto de mira, justa o injustamente, Coalición por Melilla, un partido de mayoría musulmana que nunca ha puesto en duda la españolidad de la ciudad, si bien tenga intereses propios como el uso cooficial y la enseñanza del árabe o del habla bereber. Conviene, pues, proceder con cautela, aplicando la ley con un cuidado exquisito para no crear un problema de grandes dimensiones donde no lo hay. Supongo que se estará actuando como corresponde al principio de igualdad ante la ley, también con la detención y rápida puesta en libertad del inhabilitado Mustafá Aberchán, líder del partido y antiguo presidente de Melilla, así como de un hijo y un yerno del mismo. Habrá que tener mucho cuidado para evitar la crítica por sufrir un trato discriminatorio frente a otras formaciones políticas.
Aunque no se hable de ello, es de suponer que, si hay independentistas en Cataluña, País Vasco y otras comunidades autónomas, también los habrá en la ciudad de Melilla, con la diferencia de que sus vínculos religiosos, lingüísticos, étnicos y familiares no conocen fronteras. Francia nunca apoyaría la anexión de Cataluña, mientras que Marruecos aceptaría muy gustoso la incorporación de Melilla y de Ceuta al Reino Alauita. Sería un delito de lesa patria no proceder con la mayor prudencia en cuanto atañe a la política, sólo aparentemente local, en ambas ciudades españolas.