Quienes conocieron al juez Fernando Grande-Marlaska Gómez son incapaces de reconocerlo en su uniforme de ministro del Interior de Pedro Sánchez. Es más: el antaño magistrado le repudiaría seguro y se escandalizaría de las actuaciones y trayectoria del ahora brazo armado y responsable de la seguridad del Estado.
Nadie que lo recuerde, por ejemplo, por la investigación del chivatazo del ‘caso Faisán’ y su enfrentamiento con el desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba, o por su implacable lucha contra ETA, puede identificarlo con el hombre que ahora, para seguir anclado al poder, no duda en echar por tierra, día tras día, la mayoría de los principios que juró salvaguardar.
El bofetón que le acaba de soltar el Tribunal Supremo a cuenta del coronel Diego Pérez de los Cobos -anulando su cese como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid- es una muesca más en una carrera política llena de fiascos, cobardía, sectarismo y un menosprecio absoluto por todo aquello que en su día hizo nos hizo creer que estábamos ante un admirable servidor de la Justicia.
Un jurista que al final ha resultado ser no tan intachable, éticamente hablando, como nos hubiera gustado y que el tiempo ha terminado convirtiendo en un simple esclavo moral de un presidente que sabe que puede pedirle lo que sea, que el otrora buen juez lo hará sin chistar.
Se puede decir que desde que Grande-Marlaska empezó a dedicarse a la política se olvidó de la Justicia. Y ya dudamos, dado su entreguismo absoluto a la causa, de que llegara a esta de rebote, como sin querer, casi de casualidad… o si al final, la carrera judicial fue un mero instrumento, el camino más corto, para alcanzar este estatus que ahora ocupa.
Ya es un profesional del menudeo político, un ejemplo más de lo que no debería ser un servidor público de verdad: uno de esos viejos apparátchik de partido único para quienes el fin lo justifica absolutamente todo.
Ha resultado ser Fernando Grande-Marlaska, quién lo iba a decir, un ministro de patada en la puerta; un ministro que colgó la toga en el mismo instante en el que se sentó en el banco azul y comprobó que eso era realmente lo suyo. Un ministro que siempre ha estado dispuesto a cumplir con lo que se le pidiera, aunque chocara con viejos principios que hace tiempo ya que cayeron en el olvido.
“El tóxico que desprende la política ha acabado con él”, me comentaba en mayo de 2020, justo cuando purgó al coronel Pérez de los Cobos, un viejo amigo del ministro. “Cayó muy pronto bajo el influjo de los telediarios. Y de impartir Justicia para la sociedad ha pasado a hacer trabajos para el Gobierno. Su prestigio dentro de la carrera se ha evaporado. Ya sólo le quedan los acólitos y poco más”. Este mismo martes esa misma fuente me decía que “él siempre quiso ser una estrella y quizá haya terminado estrellándose. Del faisán ya no quedan ni los huesos”.
Lo de Pérez de los Cobos -al que el exjuez también cercenó su aspiración de llegar al generalato y que estuvo al lado, no hay que olvidarlo, del citado Alfredo Pérez Rubalcaba durante todo su paso por el Ministerio del Interior- marcó un antes y un después en las relaciones de Grande-Marlaska con el entorno judicial.
Todos se dieron cuenta de que el antiguo juez había cortado definitivamente con su pasado cuando el coronel fue destituido fulminantemente por negarse, al amparo del artículo 126 de la Constitución, a informarle, como le exigió el ministro, de la marcha de las investigaciones del ‘caso 8-M’, que situaban bajo sospecha al exministro y compañero de Gobierno Salvador Illa y al exdelegado del Gobierno Madrid, José Manuel Franco.
Fernando Savater escribió que no siempre nos movemos atraídos por la luz, que a veces es la sombra la que nos empuja inexorablemente. Pues esa sombra tan alargada como absorbente que siempre es la política hace tiempo ya que engulló a Marlaska.
No es sólo lo de Pérez de los Cobos lo que marca su oscura trayectoria en Interior. Él siempre ha estado para lo que fuera menester, sea lo que sea, en defensa del Gobierno y de la ansiada estabilidad que siempre ha necesitado Sánchez de sus socios parlamentarios.
Antes de caer Pérez de los Cobos -había que hacerle un favor a ERC que no le perdonó al coronel el 1-O en Cataluña- había caído en agosto de 2018 Manuel Sánchez Corbí, -uno de los grandes baluartes de la lucha contra ETA y responsable en ese momento de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil- cuya cabeza quería ese socio de toda confianza que siempre es el PNV, y cuya cabeza les entregó sin pestañear el que había sido su antiguo amigo en el País Vasco, en los tiempos duros del plomo, aprovechando una crítica de Corbí sobre la utilización de los fondos reservados.
El traslado de todos los presos de ETA al País Vasco es otro ejemplo más de la maleabilidad de sus principios. No por el hecho de hacer cumplir la Ley Penitenciaria, con la que se tiene que estar de acuerdo, sino por la utilización bastarda que ha venido haciendo de ella en todas las negociaciones parlamentarias con Bildu.
“Considero los nacionalismos un concepto trasnochado en una época en la que ha de tenderse, creo yo, a suprimir fronteras antes que a crear otras nuevas”, escribió Marlaska en 2016 en su libro Ni pena ni olvido. No sabemos si sigue pensando exactamente lo mismo, pero de lo que sí estamos convencidos es de su pragmatismo, de que es muy capaz de rebozarse hasta el cuello en el polvo del camino -ese que hiciera tan famoso el hoy presidente del Constitucional Cándido Conde-Pumpido- para adaptarse a lo que sea, aunque en ese camino haya que cambiar los códigos y las leyes por manuales de instrucciones.
En su currículum ministerial también está el escandaloso traslado masivo de inmigrantes de Arguineguín a la península en pleno estado de alarma sin informar a nadie y rodeándolo de nocturnidad, mentiras y medias verdades, además de una impúdica ausencia de derechos humanos; la tragedia de Melilla -al menos 25 muertos- en la que según la BBC el ministro mintió repetidamente en su versión de los acontecimientos; el ‘caso Mediador’, aunque ahora se olvide de Tito Berni y de sus visitas guiadas por el Congreso de los Diputados y acuse al PP y a su antecesor en el cargo -Juan Ignacio Zoido- de haber consentido la trama durante el Gobierno de Mariano Rajoy.
Estamos hablando, aunque quizá el ministro ya no lo recuerde, del mismo Partido Popular que lo llevó al Consejo General del Poder Judicial y del mismísimo PP al que suplicó reiteradamente, sin éxito, que le nombrara fiscal general del Estado.
Y por el horizonte se vislumbra ya a María Gámez, la mejor directora de la Guardia Civil en toda su historia, según palabras del propio ministro, que ha tenido que ser despedida porque en la Moncloa hay serias dudas de que no se beneficiara, consciente o inconscientemente, del nivel económico que la presunta corrupción proporcionaba a su marido, ahora imputado.
Según el último sondeo del CIS, es decir fuego amigo, sólo las ministras de Podemos Ione Belarra e Irene Montero están peor valoradas que Fernando Grande-Marlaska. Da igual. Que todos estén contra él es un acicate más para que Pedro Sánchez lo mantenga en su puesto. Después de todo, piensan en la Moncloa, alguien más tiene que haber para ser el payaso que recibe las bofetadas, además de la responsable de Igualdad. Y con su grado de entrega a quien le hizo ministro, nadie duda de que el juez que nunca existió seguirá poniendo la otra mejilla tantas veces como sea necesario.
Pd. Un sabio me recuerda que en la carrera judicial Fernando Grande-Marlaska se encuentra ahora en situación de "servicios especiales" -y nunca mejor dicho- y que tiene reservada una plaza en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. No sería de extrañar que Temis, la diosa griega de la Justicia y la equidad, acabe perdiendo del susto la venda que cubre sus ojos si tal regreso se produce.