Mantengamos la calma: todos vamos a votar

Formulario de solicitud del voto por correo.

EFEFormulario de solicitud del voto por correo.

Siempre ha sido difícil avanzar haciendo equilibrios entre los extremos, con un pie en cada orilla. En el caso que nos ocupa, las elecciones generales del próximo 23 de julio, tan volatinero reto pasaría, por un lado, en admitir que nunca es bueno “ponerse la venda antes de la herida” y, por el otro, con la máxima universal en mente de que siempre es “mejor prevenir que curar”. Parece igual y, sin embargo, no es lo mismo. En cualquier caso, las insinuaciones, no carentes por completo de base si tenemos en cuenta los datos del voto por correo que aún no ha podido ser emitido, parecen transitar por ese inestable y serpenteante desfiladero que obliga a poner un pie en el primero de los refranes y el otro, en el segundo de ellos. Ojalá que sin fatales consecuencias.

A falta de una semana para que tenga lugar el sufragio universal cuya convocatoria nos pilló desprevenidos, insistir en apuntar a la posibilidad de que una mano siniestra esté moviendo los hilos postales para beneficio propio en algo tan serio como la elección de nuestros representantes resulta no solo arriesgado, sino también incompatible con una realidad incontestable. Sobran los vendajes. Los hechos hablan aquí tan claro que resulta harto complicado detectar falsedades como sí constatamos, por desgracia con demasiada frecuencia, en las frases de la mayoría – no quisiera quemarme diciendo todos – de los candidatos. Porque la realidad es que más de 2,5 millones de españoles han solicitado el voto por correo, cifra antes inimaginable en nuestro país, donde estamos llamados a votar 37.466.432 de ciudadanos. Las causas de este incremento desorbitado están tan claras como las citadas cifras y, por eso, lo rigurosamente criticable es que la avalancha no fuera prevista a la hora de convocar elecciones en pleno verano. El voto es sagrado – añadiría que “obligado” -, las vacaciones también. Y resulta, ¡menudo chasco!, que el descanso que se espera durante todo el año no puede decirse por sorpresa, de buenas a primeras, de un mes para otro. A veces incluso se trata de un periodo que va incluido en el pack del empleo, está pactado o sorteado con los compañeros y encajado con filigranas en el calendario conjunto de familias o amigos.

Por otra parte, está aún muy reciente lo ocurrido en las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, marcadas en rojo por la sombra – y la materia física en algunos casos - del fraude electoral en su modalidad de compra de votos por correo. Y claro, el voto es nuestra única voz, a veces convertida en alarido, de modo que nada de jueguecitos. Además, en este país, reino del no referéndum, alzamos la mano para “hablar” como normal general “solo” cada cuatro años. Aquí es donde entra en escena lo de mejor “prevenir que curar” o “curarse en salud”… La prevención nunca está de más, eso sí, siempre y cuando no se convierta en otro obsesivo y mal traído eje de campaña como el del regreso al pasado oscuro. Porque, a pesar de que ya estemos acostumbrados a procesos electorales dominados por broncos discursos, mítines sin más proteína que el insulto o debates de gran escenografía y poco libreto, introducir en campaña sombras de sospecha que afectan al principal elemento de un Estado de Derecho es, a mi juicio, un preocupante signo de que estamos desbarrando. Hasta límites insospechados. Que sí, ya sé que llevamos haciéndolo un buen trecho, pero sería bueno que intentemos, ya que los políticos no lo hacen, dejar de tirarnos sin ton ni son de los pelos. Al menos, hasta que la mayor no se haya negado.

Aunque no tenga una bola de cristal y luego resulte que en este instante me encuentre tecleando utópicas ideas que pecan de naif, carne de papelera, estoy convencida de que lo último que puede permitirse un país como el nuestro es instalar en la opinión pública el concepto de fraude generalizado en lo único que tenemos para construir el futuro a corto plazo. Sin embargo, en esta inusual cita con las urnas que ojalá solo esté marcada finalmente por el calor – no es moco de pavo –, haber vuelto a escuchar términos que ya no recordaba confieso que pone los pelos de punta, un escalofrío incompatible con la canícula pero a la vez capaz de aumentar la sudoración. ¿De verdad estamos ahora pronunciando la palabra PUCHERAZO? ¿Se imaginan el descrédito de esta democracia que tanto costó construir desde aquella ahora olvidada reconciliación nacional que se ganó la admiración del mundo?

Me dirán que cosas más “raras” se han visto, pero ¿de tamaña gravedad? Puede que venderse a las minorías independentistas o a partidos radicales de cualquier color para alcanzar el poder sea reprobable para algunos – en cualquier caso no es lo “ideal” -, pero es legal con todas sus letras bien puestas. No sólo eso, forma parte del juego, recoger escaños de aquí o de allá para tener mayoría. Y como ya hablé de ello el pasado domingo no voy a insistir en el asunto de la segunda vuelta, pero hacer trampas con lo que para bien o para mal decidamos los españoles en las urnas o impedir incluso que decidamos es, sencillamente, el final de cualquier democracia. Y para colmo en Europa, ese elitista pero indispensable club en el que, por ejemplo, siguen sin admitir como socio de pleno derecho a Erdogan.

Porque las elecciones en Turquía son libres, pero no justas. La televisión estatal, por ejemplo, concedió a Erdoğan en plena campaña electoral 32 horas y 42 minutos de tiempo en antena, frente a los 32 minutos otorgados a la oposición. Además, las redes clientelares se han tejido con destreza por medio de fuertes subidas del Salario Mínimo Interprofesional, el crédito barato de bancos estatales a los negocios “aliados” y la presión sobre las empresas para mantener el empleo. Y eso a la UE no le ha gustado. Así que el proceso de adhesión, el más largo de la historia porque se remonta a la década de los 80 del siglo pasado, volvió a congelarse una vez más. Lo explicó, por supuesto mucho mejor que yo, el informe sobre la ampliación de 2022 publicado por la Comisión Europea: “El Gobierno turco no ha abordado las graves preocupaciones de la UE sobre el continuo deterioro de la democracia, el Estado de Derecho, los derechos fundamentales y la independencia del poder judicial”.

A pesar de que algunas personas no hayan podido seguir esperando el aviso de Correos para acudir a votar, la inmensa mayoría de nosotros podremos hacerlo igual que siempre. Por correo o en persona. Que no ocurriera así sería perder pie por completo, despeñarse sin remedio. A nadie beneficiaría, mientras que el perjuicio afectaría tanto al ganador como al perdedor. Y al país entero.