Como las hojas que amarillean y rojean, tenía ya ganas de que empezara el frío.
No es mucho, pero sí lo suficiente para detener en seco (el frío suele serlo) la plaga de vermes que hemos tenido.
En el rato que estaba recogiendo la cocina de noche, me encontraba de pronto con mis pies rodeada por un ejército de orugas, buscando el calor de la casa.
Supe entonces que desaparecerían los vermes de los pastos en cuanto viniera el frío; como así ha resultado.
El frío es necesario.
Como el sol, el frío limpia.
Mata las últimas moscas y los últimos mosquitos que picaban al ganado, transmitiendo enfermedades.
Ese frío que nos pone la nariz como el rescoldo de las brasas, es siempre bienvenido.
Aún es pronto para que caiga la helada que brilla sobre la hierba como si hubiera caído el hielo de las estrellas del firmamento que, con el frío, parece que brilla, y nos abriga, más.
Los días son ya tan cortos que sólo se vislumbra de lejos en las huertas la blancura de los crisantemos de tallos tan altos que hay que ponerles en ocasiones un rodrigón, al que atarlos, para que no se doblen con el peso de las flores.
La belleza es una carga.
También las calabazas brillan como planetas en el campo entumecido, de un verdor algo amarillento, como para no quitar el protagonismo el calabazar a sus gigantes frutos.
El naranja es un color lleno de vida y de calor, entre el frío.
Se abre la calabaza por la cabeza, donde sólo queda ya de la planta el tallo, y luego se vacía con las manos, o con las varillas de hacer bizcochos, y se le hace una cara sonriente, y hasta estrellas se pueden perforar en los lados a modo de orejas con un molde de galletas que clavas con la ayuda de un martillo, porque la corteza de la calabaza es muy fuerte, para acabar poniendo la luz de una estrella dentro, para que alumbre un poco la oscuridad del campo.
Es la luz lo que buscamos estos días, porque nos falta.
Sale el sol y salimos afuera como hacen con la lluvia donde siempre hace sol y nunca llueve.
La novedad es lo que siempre andamos buscando.
Y cuando la tenemos, como ya no es nada nuevo, dejamos de apreciarlo.
Sin darnos cuenta de que, lo mismo, es distinto cada día.
No hace sol como siempre.
Es otro sol.
No llueve como siempre.
Es otra lluvia.
Todo es siempre nuevo, aunque siempre parezca lo mismo.
Porque todo está vivo.
Y dando vueltas.
Por eso alzamos las manos al cielo y damos gracias por cada rayo que perfora los nubarrones, trazando vigas, también llamadas glorias, y que son esos rayos que, en línea recta, asoman entre las nubes, donde viven, en la gloria, nuestros difuntos.
Qué solos estamos en este mundo.
Sin más compañía que la de la luna, las estrellas y los planetas.
Todos brillan para que la oscuridad no sea tanta.
Como una calabaza encendida a la puerta de una casa.