Muros de piedra seca en el Monte do Gato

Muro del Monte do Gato

Muro del Monte do Gato

Por la cara de una persona, supe que había tocado hueso.

Y nunca mejor dicho porque es a hueso, en seco, sin más argamasa que la gravedad, como se hicieron esos muros de piedra seca que, entre otros usos, delimitan las fincas, campos, corrales, huertos, con nombres tan distintos, según el lugar donde se hicieron, como cortín, cortino, cortina, gorte, portillo y, en Galicia, “muros de pedra seca”.

Mi madre tiene razón: hay que hablar.

Y fue hablando en una reunión el pasado viernes, casi al final, cuando vi la sorpresa en la cara de mi interlocutor; es curioso, a través de la mascarilla, que hasta eso hemos aprendido durante la pandemia, a leer la expresión que se oculta.

Fue, ya digo, ya escribo, cuando dije, casi al final, que no habíamos hablado del valor etnográfico que tienen los Montes do Gato por la abundancia de sus muros de piedra seca.

Ante la incredulidad, o por comprobar si lo que estaba diciendo yo era verdad, porque no parecía creerse uno de mis interlocutores que en los Montes do Gato hubiera muros de piedra seca ya que los informes preceptivos se firman sin la obligación de visitar lo que están informando, preguntó al arqueólogo que tenía yo al lado: “¿Es eso verdad?” ¿Hay muros de piedra seca en el Monte do Gato?”

“Sí”, respondió el arqueólogo, “y muy bonitos”.

Yo asistí a aquel momento sabiendo que, en ese asunto, tenía que haber más hueso del que tenía la impresión de haber tocado.

Y así ha sido.

Como en cualquier evaluación, que no se reflejen los muros de piedra seca en los informes de los Estudios de Impacto Ambiental, no significa que no haya que protegerlos.

En el año 2018 la UNESCO inscribió los “Conocimientos y técnicas del arte de construir muros en piedra seca” en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La candidatura del conocimiento y técnica de la piedra seca fue presentada y admitida por ocho Estados Parte: Croacia, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Eslovenia, España y Suiza. La participación de España fue apoyada por nueve Comunidades Autónomas, Galicia entre ellas para “promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”.

Cuando comenzó nuestra lucha por el Territorio y la preservación de los Recursos Naturales del Monte do Gato y los servicios ecosistémicos que presta a la población local, se nos dijo: “Acostúmbrense a convivir con los molinos”.

Nosotras ahora decimos: “Acostúmbrense a que no todos los proyectos eólicos pueden desarrollarse”.

Para la mitigación del cambio climático hay montes que ofrecen mejores alternativas que la destrucción de su Patrimonio Natural y Patrimonio Cultural porque estos muros nos importan a los que aquí vivimos ya que fueron construidos por quienes nos precedieron en el territorio, verdaderas obras de arte sin firmar, pero cada cantero con su técnica, que se transmitía de generación en generación de manera oral, casi siempre realizados estos muros por hombres, pero también por mujeres, que acarrearon sus piedras, en ocasiones en solitario, y también en familias o ayudándose los vecinos unos a otros; y así, por los Montes do Gato, no sólo están de manera muy singular representados por su paisaje estos muros de piedra seca, sino que también, en lo que son los restos de sus fortalezas tardoantiguas, al menos en las que yo he visto como tales, he apreciado con claridad, incluso hendido la mano, en lo que se llaman “marcas de cantero”, muy conspicuas, que hablan de un trabajo que lleva realizándose desde tiempos inmemoriales en este Monte do Gato, que al ser un macizo granítico, ofreció este recurso en el que la naturaleza se unió a la habilidad de unos artesanos anónimos que consiguieron que estos muros, sin ninguna argamasa, llegaran a nuestro días casi intactos.

Hasta hoy.

Porque esta mañana se me ocurrió acercarme al monte do Gato para hacer unas fotos de los muros de piedra seca que hay en lo que se proyecta que sea la poligonal del Parque Eólico Felga, y resulta que han dejado una inmensa parte del monte como si fuera una pista de aterrizaje. Nunca había visto nada igual. Y eso que vivo en una comarca maderera. Se habían apeado hasta los árboles casi recién plantados para dejar la desolación haciéndose con todo el paisaje. Incluso los robles y los abedules que daban sombra al camino, estaban talados a matarrasa, y todo era un paisaje lunar, marciano, de una superficie sin vida hasta donde la vista alcanzaba.

Miré con tristeza el muro recién derribado.

Y me fui a hablar con uno de los operarios que, los pobres, no tienen culpa de nada.

Mire, por favor, tenga cuidado con los muros.

“Pero se esas pedras son moi vellas”, me contestó.

Por eso, le dije.

“Tenga la seguridad de que no se va a tocar ningún elemento que tenga valor patrimonial”, me aseguraron en la reunión el pasado viernes.

Hoy es lunes.

Y esa seguridad que me manifestaron verbalmente hace sólo tres días, ya se ha incumplido.