A principios de los años ochenta, siendo corresponsal sustituto de Juan José Téllez en Diario 16 de Andalucía en el Campo de Gibraltar, entrevisté a George Moore, un norteamericano que recaló en Sotogrande cuando se jubiló como presidente del Citybank americano. Muy activo, colaboró con la Junta de Andalucía; en concreto, asesoró a Pepote Rodríguez de la Borbolla y creo que también a Rafael Escudero. Trajo a la empresa Bechtel, que diseñó el llamado superpuerto Algeciras, unas luces largas que incluían los puertos de Algeciras y Gibraltar, así como el aeropuerto del Peñón. Ni que decir tiene que el proyecto terminó en el fondo del Estrecho.
Ataviado con colores chichones y juveniles, muy yanqui, Moore, que rondaba por entonces los ochenta años, pensaba a lo grande en todo. Así, por ejemplo, reflexionando sobre las potencialidades de Andalucía, me comentó que el gran problema que tenía la comunidad autónoma era el agua.
-¿Cómo que el agua?, le pregunté
-A Andalucía le falta mucha agua, y debería traerla del norte, me respondió.
-¿Del norte de España?, le insistí.
-No, no, del norte de Europa. California es verde porque trae el agua de las Montañas Rocosas.
Ahora, con el cambio climático golpeándonos por todos lados, vuelven los debates recurrentes sobre la sequía, los regadíos, los incendios, las calores y así estaremos, enfrascados con dimes y diretes, hasta que la Virgen de la Cueva nos asista y los pantanos se llenen lo suficiente como para una nueva tregua de indolencia.
Y nos instalaremos en la inacción hasta el nuevo ciclo divino-meteorológico nos resuelva la papeleta.
La reutilización de aguas, una solución estructural a la escasez cada vez mayor que tendremos, apenas cuenta con una insuficiente construcción de depuradoras. Las desaladoras, otra forma de paliar los periodos de sequía, son escasas; de las 765 que hay en España, solo 99 son de gran capacidad (entre 10.000 y 250.000 metros cúbicos por día). Y los trasvases (envueltos en polémicas como los Tajo-Segura y el Ebro, pero ya en 1420 hubo en Elche la primera guerra del agua) y los pantanos (Riaño, Alto Órbigo, etc.) están sujetos más a problemas territoriales o vecinales que técnicos.
En mi tierra, bañada por el río Guadiaro, un trasvase acabó con la escasez de agua de la Zona Gaditana, con la obra con el Majaceite, y ahora la presa de Gibralmedina puede paliar el déficit hídrico del Campo de Gibraltar y de la zona más occidental de la provincia de Málaga, y mantener un caudal ecológico que cada vez es más escaso. ¿Por qué no aceleran una obra tan importante en vez de gastar en infraestructuras sospechosas e inútiles?
Y están los acuíferos, cada vez más sobreexplotados y muchos de ellos contaminados por construcciones ilegales.
Y encima nos permitimos el lujo de marcarnos un farol con Doñana, un trozo importante del Patrimonio Mundial que queremos secar a golpe de regadíos y pozos ilegales. Bueno, eso es lo que puede conseguir el actual Gobierno andaluz, que se está alineando con los negacionistas de VOX en una cuestión ambiental capital, de EGB. Doñana no se toca: no nos pertenece a los andaluces, pertenece a la humanidad entera. Ya está bien eso de llevar asuntos importantes a los lodos del politiqueo, como ha ocurrido con este parque nacional. Afortunadamente, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, ha estado a la altura y ha demostrado que el partidismo corre por cuenta de Feijóo, uno de los suyos.
Por este camino de negar lo evidente, la sensibilidad ambiental de los Juanma será más pronto que tarde un vulgar paripé.
Por cierto, ya va siendo hora que el Gobierno andaluz cumpla con su compromiso de restablecer la ampliación del Parque Natural Los Alcornocales, que cayó en los tribunales por un error menor perfectamente subsanable. Y que los ecologistas se lo reclamen, claro.
En fin, pensemos a lo grande, como Moore.