Loor y respeto para los que empiezan

Plaza de Toros ValladolidRaquel Martin, torero en ciernes.

Ayer, en Valladolid, hubo novillada y más de cinco mil personas acudieron a verla, de lo cual se deduce que el interés que despiertan los novilleros no ha caducado. Ayer, en el coso del paseo de Zorrilla, actuaron cinco muchachos y una muchacha vestidos de luces, por cierto, impecablemente. Ella y ellos quieren ser figuras del toreo. Tienen la hierba en la boca. Salen a enfrentarse a los novillos con el rictus febril e irreflexivo de quien tiene mucha, mucha prisa por demostrar sus cualidades, y con la premura por dejar bien a las claras su irrenunciable propósito de triunfar a toda costa. Unos, queriendo expresar un concepto del toreo esencialmente artístico; otros, adentrándose en los riesgos más temerarios. Es lo que tiene la juventud: abusa de su flexible arquitectura corporal y su cerebro es un centro penitenciario colmado de ilusiones. Abusa porque puede y se ilusiona porque quiere. Nadie, debería hurgar en la física y la química –fuerza y talento—de los seres humanos de ambos sexos que hacen uso de las potencias que Natura les dio por naturales, cuando se hallan en pleno apogeo los años dorados que se empadronan entre la infancia y la madurez. Hace ya muchos años que el “maletilla” de hato al hombro y zapatillas raídas ha desaparecido del paisaje del campo bravo o de las brutales capeas de villorrios en fiestas. Afortunadamente, ahora –créanme-- en España hay un apreciable contingente de chicos y chicas que miran al futuro a través de un panorama curiosa y extrañamente prometedor, dejando la enseñanza primaria bien arropada y poniendo rumbo a los nuevos desafíos que la vida les plantea, simultaneando la formación profesional o los estudios en el Instituto con una docencia nueva y bien desconocida: la que se imparte en la Escuela Taurina que les pilla más a mano; en este caso, la de Salamanca, probablemente la más prolífica y solvente de toda la Comunidad de Castilla y León. Lo demuestra la muestra que envió a Valladolid, identificada por un “lote” de media docena de alumnos, supuestamente de los más aventajados. Aquí vinieron a verse las caras, con el novillo cuajado y con el público expectante, los dos escollos más áridos que habrán de afrontar (y superar) en un inmediato futuro, haciendo gala de su ciencia y su arte sobre este ruedo de arena arcillosa en que impartiera clases magistrales el legendario Fernando Domínguez en las primeras décadas de la posguerra y que, años después, puso en práctica su sobrino Roberto, el más esclarecido torero que dio Valladolid en su larga y añosa historia taurina. Aquí se presentaron ayer, vestidos de luces, como toreros de fama, con la mirada brillante y el corazón botando en el interior del pecho. Todos ellos, y ella, mostraron cualidades suficientes para triunfar en esa maravillosa aventura en soledad que es el toreo. Raquel Martín, con su trenza ancha y larga anudada en su extremo por un lacito rojo sobre el espaldar de la chaquetilla, evidenció un sobrado conocimiento de terrenos y distancias, Daniel Medina, es altamente expresivo en su afán de embrocarse con los novillos, marcando en la ejecución de las suertes un sentido estético fuera de lo común, Ismael Martín, animoso y variado, torea de capa con languidez y templanza, banderillea y maneja con solvencia la muleta, Mario Navas ya dio muestras de su capacidad como novillero “puesto” en el festejo celebrado en Las Ventas el pasado mes de marzo, Jesús de la Calzada es un volcán con capote, muleta y espada, nada se le pone por delante; y, en fin, Roberto Martín reverdece el apodo Jarocho de su señor padre con un desmedido afán de triunfo. ¿Quién o quiénes llegarán a figuras el toreo? ¡Ah, qué largo me lo fiáis! Si hay algo temerario en este mundillo, el del toro, es el pronóstico. Todo está envuelto en un halo de misterio. Nada es predecible. Por eso, ni se puede vaticinar ni mucho menos menoscabar. El juicio crítico a seis jóvenes que cabalgan sobre ilusiones, entra en el campo de lo indescifrable. Al fin y al cabo, son portadores de sueños; quimeras gratificantes idealizadas, al margen de la consciencia. Quienes están indefensos ante la crítica son, en este caso, un proyecto a medio o largo plazo. Nadie debería juzgar severamente a los que empiezan. Los alevines o juveniles no son más que individuos que han comenzado a hacer camino al andar. Son toreros en agraz. Los seis que actuaron en Valladolid ante serios novillos de El Collado, tienen condiciones y facultades para llegar al máximo triunfo. Con independencia del mal uso de las espadas o de la escasez de trofeos (solo Jarocho cortó oreja) todos fueron triunfadores. Todos merecen ver hechos realidad sus proyectos más ambiciosos. Loor y respeto para los que empiezan. Son imprescindibles.

Salir de la versión móvil