Ha empezado a llover sin darnos cuenta.
Suena en los cristales ese repiqueteo que ya echábamos de menos sin saberlo.
“Me he vuelto, y era sólo la lluvia, hablando con los cristales”.
Esa es la frase que escribí sobre la mampara del cristal de la ducha del baño del cuarto de invitados, que daba a una ventana, y en vez de poner un punto oscuro para que nadie se diera contra la mampara como solía suceder, pedí pintar sobre el cristal la frase que había escrito.
De aquélla frase pintada en blanco sobre el cristal, con plantilla y a mano, era de lo que estuve más orgullosa durante años.
Estaba deseando que los que venían a casa, me preguntaran dónde estaba el baño, para que vieran mi frase colgada en el aire.
Hasta que las letras se fueron cayendo una tras otra.
Fue bonito mientras duró.
El otro día, viniendo de Santiago de Compostela, creo que cerca de la salida de circunvalación, leí un anuncio en letras grandes que me encantó, “ÓTULOS” ponía.
Aquélla “R” que faltaba me pareció pura poesía.
La poesía es todo cuando ya no es nada.
Y que una empresa que se dedica a fabricar rótulos, no hubiera reparado su “R”, me pareció maravilloso, o al menos lo suficientemente maravilloso como para reír hacia mis adentros, que es la sonrisa que mejor me sienta, la que nace de la observación, casi infantil, de esas cosas cargadas en silencio de humor.
Por eso no me importó que mis letras se fueran cayendo con el vaho de las duchas, como estas nubes, también vaporosas y cálidas, que han entrado, no para estropearnos la felicidad de los días, sino para acrecentarla, porque son lluvias dulces y templadas de primavera, todavía hiemales, como las flores de los almendros, pero cargadas de futuro como la poesía y la primavera.
Es hermoso lo que aún no es.
Escribí también un día, referida a esta sensación en el aire de que todo está por llegar.
Pura promesa de lo que aún esperamos, las hojas sobra las ramas, el verdor sobre los pastos, las golondrinas en las cuadras, pero está todo ahí, a la vuelta de la esquina, aguardando que el mundo de unas cuantas vueltas más para que cante el cuco y la lamprea ya no esté en comida, al estar cucada, pero todo llegará a esa sazón que se repite cada año y que, ahora que el tiempo se va estrechando como aquellos puntos de fuga en el que se unen dos paralelas, nos ensancha el pensamiento, y la esperanza de que no todo está perdido.
Yo escribía de los pájaros.
Yo escribía de los montes.
Y de los paisajes.
Sólo quiero volver a escribir de la Naturaleza, aunque se caigan las letras, con el vaho de esta lluvia, a la tierra que me espera.