Aquello de los niños, las niñas y los niñes parecía en sus comienzos una gracieta o ingeniosidad de escaso recorrido. Una disculpable tontería en el discurso público sobre diversidad de sexo y género, pero la cosa no ha quedado ahí. La Ministra de Igualdad, Irene Montero, promotora de la Ley del “sólo sí es sí” y de la conocida como “Ley Trans”, ha incorporado definitivamente a su vocabulario esta particular trinidad, también durante sus comparecencias parlamentarias.
Cualquier día podemos desayunarnos con los niños, las niñas y los niñes en el Boletín Oficial del Estado. Sería el merecido colofón a tantos esfuerzos para, una vez más, servir de ejemplo progresista a los tan traídos y llevados países de nuestro entorno, muchos de ellos anclados todavía en una sociedad binaria, heteropatriarcal y machista.
El invento ya ha servido de ejemplo para la construcción de otras expresiones como la de “todos, todas y todes”, pero la piedra angular del sistema siempre serán “les niñes”. Como podrían serlo “les viejes” en la distinción entre viejos, viejas y viejes. Pero no nos vayamos por las ramas. Lo primero es saber qué pasa con la palabra “niñe” en singular y cómo le asignamos su correspondiente artículo. No existen “niñes” sin previo “niñe” en singular. Decimos un niño o el niño, para el masculino, y una niña o la niña, para el femenino, pero cuando optamos por masculinizar al “niñe”, en singular, no hacemos sino poner palos en las ruedas del progreso tanto lingüístico como social. Con los artículos determinado e indeterminado hay un grave problema sin resolver.
La principal problemática de este “tertium genus” se encuentra, no obstante, en el concepto mismo de “niñe”. La novedad del vocablo, unida al justo reconocimiento oficial de que hay personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y un indeterminado etcétera que la Ley resume con el signo + (LGTBI), configuran una barrera de obstáculos. Cabría entender, de entrada, que “niñe” es una denominación gramaticalmente residual para quienes no encajan, por genes, formación o voluntad, en la vieja distinción de varón y mujer. Lástima que tan sencillo argumento no baste para resolver la cuestión. Un niño y una niña, aunque hayan obtenido tal género por la “Ley Trans”, serán respectivamente un niño y una niña y no un par de “niñes”.
Tenemos también en España -y así abrimos un nuevo melón- muchos nombres masculinos que acaban con la letra “e”, por lo que si usamos dicha terminación para el “tertium genus” habrá que diseñar otras palabras para referirnos a los hombres y mujeres conforme a la tradicional división binaria. Jefe, jefa y jefo, por ejemplo. Hoy lo dejaremos aquí, pero no sin celebrar que dentro de una vida tirando a gris encontremos algún que otro oasis placentero. Como este de los “niñes”. Otro día nos ocuparemos de sus variados e imprecisos componentes.