Desde la creación del Imserso, quizá la mejor noticia para los viejos, ahora llamados eufemísticamente nuestros mayores, haya sido la de poder ir al cine, para recrearse y culturizarse las tardes del martes por sólo dos euros. Únicamente queda por saber si el chollo se extenderá a todas las sesiones o sólo a una determinada. Agradecemos la generosidad de la oferta pero lo que de verdad nos reconforta es saber que los ancianos no hemos sido olvidados por nuestros dirigentes políticos, antes bien, pudiéramos acabar siendo, si seguimos por este camino, una comunidad similar a otros colectivos que parecían acaparar hasta ahora la atención de nuestros gobernantes.
Pese al respeto con que en otros tiempos se trataba a los viejecitos, éstos sufrían puntualmente alguna discriminación negativa. Así, en los naufragios de barcos de pasajeros, relativamente frecuentes en siglos pasados. Entonces, para poner orden en los botes salvavidas, se acuñó la conocida frase de “las mujeres y los niños primero”, incluyendo entre los últimos a las niñas y a les niñes. Supongo que hoy las feministas radicales, llegado el caso, rechazarían la preferencia como una provocación machista y heteropatriarcal, pero no nos vayamos por las ramas. Lo que quiero decir es que en estas ocasiones los abuelitos no contaban como personas especialmente vulnerables.
Sin embargo, no hay que retroceder tanto para denunciar otras tribulaciones de los viejecitos. Disfrutaban hasta hace bien poco de seguridad ambulatoria en unas aceras exclusivamente peatonales, lo que hacía del paseo uno de sus principales esparcimientos, pero las cosas han cambiado mucho con las bicicletas, con los patines eléctricos y los perros. Muchos de los ancianos utilizan bastón, pero los perros no siempre van con correa. Las caídas de los ancianitos no suelen salir en los periódicos y otros medios de comunicación.
Sí que se informó, porque era imposible silenciarla, sobre la suerte (es un decir) de decenas de miles de personas mayores que murieron sin recibir la menor asistencia médica puesto que su vida tendría menor valor que las del común de los mortales. Unos murieron en su casa porque se les negó toda asistencia hospitalaria y otros abandonados en su habitación de residencia pública o privada. Muchos profesionales salieron, simplemente, corriendo. El caos fue de tal calibre, también el informativo, que ya en aquellos primeros días, cuando la situación estaba fuera de todo control de las autoridades competentes, el mediático padre Ángel no tuvo mejor ocurrencia que pedir durante una entrevista televisiva que se le concediera un premio Príncipe de Asturias al presidente del Gobierno por sus destacados méritos en aquel trance. Mientras tanto, otros exigían responsabilidades por no haberse prohibido algunas manifestaciones multitudinarias cuando la Organización Mundial de Sanidad ya nos había informado de lo que se nos venía encima.
Con esos antecedentes habrá que reconocer la justicia de esta visita el martes por la tarde al cine por dos euros. Poco antes se había premiado a los jóvenes (y no tan jóvenes) con los bonos para el Interrail, combinando igualmente el gozo con el aprendizaje de geografía e historia. Por eso de la crítica constructiva, valga añadir la observación de que tal vez espaciando las visitas a lo largo de la semana se evitaría una cierta sensación de “gueto” o discriminación por la edad. Y tampoco estaría de más excluir de la prebenda a aquellas películas que tienen más de bazofia que de cultura.
No sé por qué me acuerdo de aquellas madres ursulinas que eran tan buenas que nos llevaban de excursión. Me siento, no ya rejuvenecido, sino devuelto a la feliz infancia.
P.D. Lástima que este avance en la atención a los viejecitos pueda depender de los vaivenes de la política. La verdad es que nos habíamos hecho ilusiones y en un futuro no muy lejano quizá conseguiríamos que el módico precio de dos euros incluyera una bolsita de palomitas o pipas de girasol.