Le llaman traidor

El apoyo de Zapatero al presidente Sarkozy en el caso de la expulsión de los gitanos rumanos instalados en Francia ha sido la última gota que ha desbordado el vaso del giro a la derecha del presidente Zapatero, que se inició con el cambio de política económica el pasado mes de mayo y que tiene en la huelga general del día 29 su máximo reflejo. Pero no es solo la respuesta de los sindicatos el único reproche a Zapatero, como tampoco lo son las críticas a sus medidas de recorte del gasto social para frenar la crisis económica. La crítica al presidente le está llegando desde su propio entorno político y cultural.

Ayer mismo Maruja Torres criticaba con dureza a Zapatero en el diario El País y escribía que el presidente ha “cargado sobre sus espaldas con el peso de la traición a su militancia”. Y en ese mismo diario otro articulista habitual del diario gubernamental y pro socialista, como es Josep Ramoneda decía  “Zapatero con su apoyo a Sarkozy en la expulsión de los gitanos ha tocado fondo ideológicamente” y lo acusaba de aumentar “el estado depresivo de su partido”.

Esto en un solo día y en el órgano oficial del PSOE, y todo ello se suma a otros comentarios en ese mismo sentido que combinan su giro a la derecha con sus errores de bulto en la gestión de la crisis, y a no olvidar otras declaraciones y acusaciones de traición que le llegan al presidente desde el lado sindical o desde la minería, el sector con el que Zapatero festejaba en Rodiezmo la apertura otoñal del curso político. Y veremos que se dice el día de la huelga general, y luego el día después, pero está claro que a la crítica continuada y soterrada a Zapatero que le llegaba desde el PSOE y desde el entorno periodístico y cultural de este partido por su mala política y sus graves errores de gobierno, mal equipo de ministros –con permanente peticiones de crisis de gabinete- y erráticos comportamientos ahora se le ha añadido la novedad de la acusación de “traición a la izquierda”, y no solo desde la izquierda del PSOE –IU, ERC, sindicatos, etc- sino desde dentro de su propio partido.

El presidente no cabe la menor duda que está afectado por esta dura acusación, pero recuerda una y otra vez aquella frase suya de que tomaría medidas difíciles contra la crisis “me cueste lo que me cueste” y da la impresión de que está dispuesto a inmolarse para evitar lo que creía –al menos en el pasado mes de mayo- como un riesgo real de la quiebra del Estado por el ataque de los mercados a la deuda soberana española. Una amenaza sin duda exagerada en el caso de España pero que Zapatero, desde su proverbial levedad e incompetencia política, la asumió con estupor hasta el punto de declarar, o confesar, de que en eso días de mayo se pasó una noche sin dormir esperando las noticias que llegaban de Tokio sobre la marcha del “índice Nikei” de la bolsa japonesa. Una confesión asombrosa, propia de un gobernante ajeno a la realidad, que reveló el nivel de desconcierto y caos mental que habitaba en su cabeza.

Su propia visita a Nueva York para inclinarse ante los tiburones financieros de Wall Street de “muto propio”, o para pedir amparo al diario conservador The Wall Street Journal constituye otro gesto de sumisión y adoración al becerro de los mercados, y la confirmación de su giro a la derecha, descartando la posibilidad de hacer otra política, o de utilizar otros terrenos para el ajuste del déficit distintos a los del gasto social como el gigantesco aparato administrativo del Estado, los miles de asesores, las diputaciones, las ruinosas empresas públicas, las demenciales televisiones autonómicas, los gastos superfluos y doblados de autonomías y municipios.

Pero los mercados, a los que había fustigado cuando presumía que España era el mejor de los países, querían “sangre social” y Zapatero metió las tijeras de la Moncloa, en los funcionarios, pensionistas, reforma laboral, etc, para dejar claro que su conversión era definitiva. De hecho puede que el presidente considere positiva la huelga general porque constituye la prueba de que ha girado a la derecha porque ahora son los sindicatos sus adversarios políticos y no el PP, que además le acusa de timorato en su clara conversión al liberalismo total.

De manera que Zapatero suma y sigue. Suma su deterioro político personal y electoral, suma sus errores y desconcierto ante la crisis y suma su traición a la izquierda que denuncian desde la izquierda parlamentaria pero también desde sus más allegados medios de comunicación, y por supuesto desde dentro del PSOE aunque con una mayor discreción. De hecho si Tomás Gómez ganara en Madrid su victoria se leería como una victoria del ala izquierda del PSOE en contra de Zapatero, y ello complicaría más si cabe su ya difícil situación. La que, gracias al PNV, le permite permanecer un año y medio más al frente de la Moncloa, pero no está claro que también vaya a permanecer como candidato del PSOE a las elecciones generales de 2012, al menos por lo que se va diciendo en su entorno y por la evidente luchas de poder que ya se están vislumbrando a su alrededor en pos de la sucesión del líder socialista al que muchos ya empiezan a llamar traidor.