El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, ha saltado al ruedo ibérico y ha llamado a Zapatero “mentiroso, envidioso y rabioso”. ¡Qué barbaridad! Lleva el alcalde más de seis años sin tocarle un pelo a Zapatero, escurriendo el bulto del debate nacional y del cuerpo a cuerpo con Zapatero y el PSOE, para que su fama de centrista progresista no se desgaste, y ello le permita salir muy bien valorado en las encuestas por los votantes del PSOE, y de pronto el alcalde se ha enfadado, ha perdido los nervios y sus maneras y ha echado los pies por alto, porque está cansado de que Zapatero y su gobierno lo pongan como ejemplo y líder del despilfarro y del endeudamiento público nacional. Y además en los Presupuestos de 2011 a la ciudad de Madrid le han sacado tarjeta roja para que no pueda endeudarse más ni conseguir facilidades para refinanciar la deuda. Si a todo ello añadimos que Pepiño Blanco se ha dado el pico más de una vez con Esperanza Aguirre, pues ya tenemos montado el escenario de un bonito duelo salón, y sonrisas y codazos en la sede nacional del PP y en la Puerta del Sol, donde dicen que ya era hora que saliera a la palestra Gallardón.
Algo le pasa a Gallardón y no sabemos bien el qué porque el alcalde tiene tablas más que suficientes para utilizar la ironía y la mano de hierro en guante de seda contra sus adversarios que no son pocos –sobre todo en el PP-, y especialmente con el presidente del gobierno. Porque eso de mentiroso, envidioso y rabioso es una pasada propia de un patio de colegio, y con esa salida de tono pierde, -si la tenía en el debate de la deuda, lo que es discutible- la razón. ¿Qué le pasa al alcalde? No lo sabemos bien, pero algo hay porque su agresión verbal no tiene justificación.
Máxime ahora que, una vez indultado Cobo de su castigo –por otro exceso verbal-, todo parecía indicar que Gallardón estaba más cerca que nunca de Rajoy y que por ello tenía asegurado el número dos del PP de la lista por Madrid al Congreso de los Diputados en las elecciones generales de 2012. E incluso sonaba para vicepresidente primero si Rajoy alcanza la victoria que cantan las encuestas, o el ministerio de Justicia por su formación fiscal, o la presidencia del Congreso de los Diputados, o lo que quisiera que mucho nos tememos que sería el ministerio de Fomento por su afición faraónica a obras públicas y sus amistades peligrosas del sector. Aunque el cargo que mejor le va y donde lo haría muy bien y le metería de lleno en la escena internacional es el de ministro de Asuntos Exteriores de España.
Pero todavía queda un año y medio para la gran cita electoral y en política eso es toda una eternidad y nadie está en condiciones de pronosticar lo que puede pasar por más que en Génova 13 no paran de descorchar champagne de manera temeraria y prematura. El alcalde es víctima, eso sí, de una grave enfermedad que tiene cura -si él quisiera- y que se llama: la soledad. “No es que sea un verso suelto en el Pepé, es que Gallardón es un poema, “gongorino” en Soledades. Un poema-verso suelto, largo e inacabado, de un político que adora el amor y la soberbia, melómano y engreído de los pies a la cabeza al que le gusta porfiar de enamorado y de poeta. Versos suyos Marcello ha encontrado, escritos en una ¡servilleta!”
Ay, que malas compañías son las soledades, o la soledad a secas. ¿Quienes son sus amigos y aliados entre los dirigentes del PP? Ninguno. ¿Cuantos periodistas y medios de comunicación del flanco conservador le apoyan y le cortejan? Nadie. ¿Quienes son los prestigiosos lugartenientes de su Estado Mayor? Cobo. ¿Cuántos dirigentes del PP son los que desconfían de su ambición? Todos.
Cierto es que Gallardón tiene cualidades y madera de vencedor en los últimos torneos electorales donde compitió, sea en la Comunidad o en la alcaldía, madrileñas. Como es cierto que se maneja bien en la cultura y entre los progresistas liberales, y que se luce en los discursos y que negocia y pacta con habilidad extrema. Pero la soledad de Gallardón le lleva muchas veces a la imprudencia, o la desesperación, y entonces pierde la cabeza, se le va la lengua, y se le escapa la ambición. Luego se bate en compungido en retirada, pidiendo perdón y fustigándose con el “gato de las siete colas”, humillándose en exceso y jugando a compungido perdedor.El alcalde debería reflexionar, tranquilizarse y recuperar amistades tontamente pérdidas. Y de vez en cuando entrar en combate y no rehuir la batalla política nacional.