Mientras seguimos, piadosamente, a la espera de que el Papa Francisco condene abiertamente a Vladímir Putin por la invasión de Ucrania y los crímenes cometidos en la guerra, al Pontífice no se la ocurrido otra cosa que hablar en un discurso de ‘la gran Rusia’.
La que suele invocar Putin para justificar la invasión de Ucrania. Y lo que ha provocado estupor en la UE y profundo malestar en Ucrania donde un portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de Kiev calificó el mensaje del Papa como ‘muy desafortunado’.
Mientras portavoces del Vaticano se han apresurado a justificar las palabras del Papa Francisco diciendo que eran unos comentarios ‘espontáneos’ para ‘animar a los jóvenes rusos a conservar y promover lo que hay de positivo en el gran patrimonio cultural y espiritual de Rusia’.
Y ¿qué le dice el Papá a los jóvenes de Ucrania que soportan y sufren la violencia y el terror de la invasión de Rusia? Pues nada especial, como tampoco dijo nada importante y valiente el obispo Bergoglio durante la dictadura Argentina cuando se torturaba y desaparecían padres y jóvenes argentinos.
Desde luego este Francisco, que no ha querido visitar España y él sabrá el por qué, no está haciendo honor al nombre del Santo de Asís que escogió para su papado.
Y tampoco está en condiciones de proponer desde Roma, como ha pretendido inútilmente, una mediación de paz del Vaticano entre Moscú y Kiev por estar claramente del lado de Putin, como ahora una vez más lo acaba de demostrar.
El agresor que invadió Ucrania, violando el Derecho Internacional, las normas de las Naciones Unidas y con crímenes de guerra es Putin. Y eso el Papa Francisco no lo quiere denunciar ni condenar.
Al tiempo que está convirtiendo su inaceptable actitud en una lacra y un lastre que marcará negativamente su papado y que, cuando antes, debe de rectificar. Y a ser posible acabando con el celibato de la Iglesia Católica que está en el origen de muchos casos de pederastia y de los que aún faltan por investigar.