Fuentes monclovitas han querido tranquilizar al gobierno con la noticia oficiosa de que Zapatero le ha dicho a sus tres vicepresidentes, De la Vega, Salgado y Cháves que no tiene previsto abordar una crisis del gobierno porque ante todo deberá culminar sus reformas económicas. Eso quiere decir dos cosas: la primera que la crisis no será tan inminente como lo afirman algunas fuentes, y la segunda que Zapatero no niega la crisis sino su calendario. Pero sobre todo el presidente lo que no le ha dicho a los tres vicepresidentes es que van a seguir en el cargo hasta el final de la legislatura. Si a eso añadimos que la norma habitual en estos casos es la de desmentir la crisis hasta que se produzca y que Zapatero miente con suma facilidad podemos concluir que estamos ante un desmentido del que nadie se puede fiar. Por lo que se puede afirmar que los tres “vices” están el alero y De la Vega de manera especial.
La proximidad de la crisis del Gobierno está sacando a más de uno de sus casillas. Los hay que se lo toman con cierta calma, e incluso piensan que esta pequeña muerte política los va a librar del cadalso de la gran derrota electoral y las hay, como la vicepresidenta María Teresa Fernández De la Vega que no soportan dejar la poltrona del poder. Y seguramente piensa, y puede incluso que lo diga y tenga algo de razón, que si no hubiera sido por ella que es la que trabaja y la que ha realizado funciones de dirección y coordinación de los gobiernos de Zapatero, la situación del presidente sería todavía peor.
De la Vega está en horas bajas y nadie sino El Mundo -que le debe varios favores “nobiliarios” y de piscina, entre otras muchas cosas y presencias en actos públicos y privados- se atreve a decir que seguirá en el cargo que ostenta y del que, al parecer, no sabe marcharse porque dicen fuentes de la Moncloa que a la vice se le escapan los decibelios y que últimamente ha dado unas cuantas voces, en el despacho de Zapatero, con la Salgado, con la J.E. Serrano y puede que con algunos más, amén de las regañinas que ya soltaba la gobernanta de la Moncloa en la comisión de subsecretarios. A la anterior secretaria de Estado de Comunicación, Nieves Goicoechea, se la cargó y la fulminó, y desde entonces no ha perdido la oportunidad de ver si conseguía algo de protagonismo mediático –por eso viajó al entierro de Saramago, o se fue a Haití, y a Nueva York, etc- a ver si recuperaba el favor del presidente, pero sus enemigos interiores, Blanco y Rubalcaba, son más poderosos y los que vienen de fuera, Solana y compañía lo mismo. Ella ya sobrevivió a la anterior crisis del Gobierno, donde muchos la dieron por pedida, pero esta vez lo tiene francamente mal.
Es decir a la vicepresidenta le quedan dos cortes del pelo escobillado que luce en contraste con su estridente vestuario –solo la vimos una vez con cierto estilo en una visita al Papa-, como el que lució azul horroroso en su última aparición en el Congreso de los Diputados, presentando su nueva colección de verano en plena crisis social de ajustes de sueldo, paro y de congelación de pensiones. Pero ella es muy rumbosa con el dinero propio y también con el ajeno o del Estado y conocidos son sus viajes por África y América haciendo toda clase de donativos a los pobres, pero de las arcas del Estado. Y esa caridad la compensa con el placer que le produce ciertas exquisitas amistades con ricos y poderosos -Navidades blancas en Suiza, cenas de postín, etc- y un trato de privilegio y de protección en los medios de comunicación, porque ese sector se lo reservó ella para tener un hilo directo con los grandes y poderosos editores, mientras que a otros de los miembros de su gobierno los corrían a garrotazos.
Pero ahora el mal genio de la vice De la Vega nos cuentan que está a flor de piel porque no quiere dejar el Gobierno. Ella se conformaría con otra cartera -Francisco Álvarez Cascos pasó de la vicepresidencia primera a Fomento- con tal de continuar, un ministerio como el de Justicia, donde estuvo su mentor Fernando Ledesma, o incluso el de Marina, como se decía tiempo atrás. Y si no ahí está el Consejo de Estado, donde hay una vacante vitalicia, y embajadas de tronío al menos por casi dos años, y por supuesto y si quisiera la cabeza de cartel en Valencia, o en Madrid, en primera línea de fuego, algo que no le gusta por el riesgo que incluye de pasar de la vicepresidencia a jefa local de la oposición.
A De la Vega se le acaban los discursos prefabricados en los tarjetones, las chuletas de las ruedas de prensa y de las réplicas en el Congreso de los Diputados donde Soraya Sáez de Santamaría la ha dejado en evidencia y en apuros más de una vez. De todas maneras el balance de De la Vega, a su paso por el Gobierno, no es del todo malo y desde luego no es el peor del gabinete. Aunque ocasiones tuvo la doña para haber abandonado en vez de asumir todos los errores y disparates de Zapatero por un lado y del Gobierno por otro que han marcado los últimos seis años. Pero claro esa cultura de dimitir en España no se da ni siquiera en defensa de la legalidad o del interés nacional, o de la coherencia mínima porque hay que ver las cosas que ha dicho la vicepresidenta De la Vega sobre la respuesta social a la crisis económica y como se ha tragado el ajuste puro y duro, en contra del gasto social, los funcionarios –con los que firmo su mejora salarial- y las pensiones, sin rechistar y con la misma facilidad que un faquir se traga la espada.
Eso sí en sus viajes feministas –donde posó con algún polígamo notorio- no han faltado auténticas cohortes de periodistas/chicas, muchas de las cuales las ha colocado ella en distintas radios televisiones y especialmente en RTVE, su cortijo particular de propaganda, porque la señora no ha sido, en esto de los medios y la libertad de expresión, ninguna novedad, más o menos igual de mal que otros ministros y gobernantes, del PSOE o del PP. Bueno, De la Vega no se puede quejar, más de seis años de número dos del gobierno de España –país que deja como unos zorros, eso sí zorros-, es todo un récord. En realidad se merece un descanso y, dicho sea de paso, de buena se va a librar. Porque esto todavía puede empeorar.