Hemos terminado el año pasado con 49 mujeres muertas por la violencia machista, y las primeras semanas de 2.023 no invitan al optimismo. No hay, sin embargo, soluciones taumatúrgicas. El problema no se resuelve ni con más denuncias ni con más órdenes de alejamiento. Entiéndaseme bien, no se trata de negar su eficacia para combatir muchas manifestaciones de esta lacra, sino de señalar que su efectividad, evidente frente a la delincuencia machista en general, no lo es tanto para prevenir homicidios o asesinatos.
La orden judicial de alejamiento, a partir de la denuncia, no es garantía de seguridad absoluta, aunque su expedición siempre servirá para evitar críticas al juez si luego se llegase al crimen. Pero sigue habiendo presunción de inocencia, hay mujeres que mienten como los hombres y, en ocasiones, el estricto cumplimiento de lo acordado será particularmente difícil, así cuando el lugar de trabajo del varón se halle próximo al domicilio conyugal. Con una tobillera electrónica puede conocerse si su portador accede a un determinado lugar, pero todo varía en relación con los movimientos de la otra persona.
Se nos dice que faltan medios para el seguimiento de la orden y que ahora sólo se cuenta con un policía por cada 60 u 80 mujeres, pero cabe temer que tampoco aumentando el número de agentes avanzaríamos mucho. Existe asimismo una limitación que se llama presupuesto. De otro lado, y quizá sea lo más importante, las repetidas órdenes, muy útiles para las más frecuentes manifestaciones del machismo en el ámbito penal, como las lesiones leves y el maltrato en sus muchas variedades, raramente servirán para prevenir una agresión homicida. Los días son largos y la policía, por muy numerosa y especializada que sea, no podrá impedir de forma absoluta la muerte a manos de un varón despechado y, probablemente, con rasgos psicopáticos.
El genocida no renunciará a su propósito porque a la larga pena de prisión, incluida la perpetua, se le añadan unos meses de encierro por el quebrantamiento de la medida cautelar.
Por si fuera poco, se da cada vez más el asesinato seguido del suicidio de su autor. Es un fenómeno nuevo que debería someterse a un profundo estudio para conocer sus causas y, a partir de ahí, procurar combatirlo. Se podría empezar con las notas dejadas por el suicida para explicar e intentar justificar sus hechos. Desgraciadamente, aquí nos tropezamos con un impenetrable silencio.
En resumen, hora es de hacer una pausa en el camino, valorar los resultados obtenidos y obrar en consecuencia. Para mí, lo principal son la educación y los entornos cultural y social. Se lamenta que hemos avanzado poco en los últimos años, pero no hay que olvidar dos cosas. De un parte, que hoy buena parte de los asesinatos cometidos corresponden a inmigrantes y extranjeros. Y de otra, que los datos en los países del centro y norte de Europa no son mejores.