El conflicto palestino trae causa de la llamada “Declaración Balfour”, por haber sido este ministro inglés de asuntos exteriores quien en 1917 prometió establecer en Tierra Santa un “Hogar Judío” cuando acabase el dominio turco tras la Primera Guerra Mundial. Entonces los hebreos eran una insignificante minoría frente a la población musulmana, pero su número fue aumentando paulatinamente durante el mandato confiado a Inglaterra por la Sociedad de Naciones. Así llegamos a la resolución de Naciones Unidas que, por muy escaso margen de votos, acordó la división del territorio en dos estados, uno israelí y otro palestino, privilegiando al primero en términos relativos de población y superficie.
La reacción del mundo árabe, y no únicamente de los palestinos, fue inmediata, pero no sólo no consiguieron echar a los judíos al Mediterráneo, sino que perdieron todas las guerras con Israel. Esto se tradujo en la ocupación de nuevas tierras más allá de las previstas por la ONU. Y con la expansión vino el exilio, forzado o no, de dos o tres millones de palestinos a los que se les impidió el regreso por muchas razones, entre ellas la de que el censo de Israel no acabara siendo mayoritariamente árabe.
Así nacieron los campos de refugiados, única patria chica (y grande) de varias generaciones de palestinos subsistiendo en pésimas condiciones de todo tipo y cada vez con menos esperanzas de volver a sus casas. No puede sorprender que tal regreso fuera durante años una condición esencial para llegar a alguna forma de acuerdo con Tel Aviv. Pero de aquellas víctimas de primera hora ya no queda casi nada. El tiempo no suele resolver satisfactoriamente los problemas, sino que los adormece, enquista o transforma mientras que la nostalgia se debilita de generación en generación. La persistente falta de apoyo internacional, durante décadas, para corregir la injusticia histórica habría sido el mejor caldo de cultivo para una acción tan desesperada como condenable e inhumana.
Las causas del terrorismo son muy variadas pero los asesinatos y secuestros de militares y civiles en Israel, por parte de Hamás, no permiten recurrir al “tu empezaste” para arrasar Gaza, una ciudad de dos millones de habitantes, matando indiscriminadamente palestinos en aplicación de la vieja fórmula del ciento por uno. Parece que el número de niños muertos por los ataques israelíes supera ya los tres mil. Luego, por si faltara algo, en Cisjordania, donde Hamás nada pinta, unos ochenta palestinos han sido víctimas mortales de unos colonos que, además de arrebatarles sus tierras, se comportan como señores de horca y cuchillo.