La Vuelta al Ruedo Ibérico

Linares y su Cruz...sin Manolete

Linares y su Cruz...sin Manolete

Ayer, me di una vuelta por la Vuelta, la que recorre España por los cuatro puntos cardinales. Lo hice a través de la televisión, que es como mejor se ve -se vive- este fantástico evento deportivo. Para empezar, se aprenden cosas de la geografía ibérica que no sabíamos, se disfruta de paisajes y riquezas patrimoniales que permanecían ocultos o ajenos a la capacidad de almacenaje en nuestro acervo personal, gracias a la impecable labor de los comentaristas, Carlos de Andrés y el ex-ciclista Pedro Delgado, entre otros. Da gloria ver las imágenes, ahora increíblemente husmeadoras de la noticia, tras haberse incorporado al utillaje “camarográfico” los drones, esas avecillas metálicas y teledirigidas que han perfeccionado de forma impensable la modalidad panorámica de “a vista de pájaro”.

Pero lo que más me sorprendió ayer, fue comprobar que, al margen del Linares jaenero de olivo y taranta, existe otro Linares, asturiano y agreste, que tiene un puerto de montaña llamado La Cruz de Linares, por el que ascendieron los ciclistas hasta dos veces, para gozo de los amantes del deporte del pedal y de quienes, como servidor, son indomables amantes de la variedad paisajística de nuestro país. Dos gozadas a un mismo tiempo y por el mismo precio.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención fueron las concomitancia taurinas que convergen en aquellos parajes, siendo Asturias una comunidad autónoma uniprovincial paupérrimamente taurina, ya que su capital, Oviedo, tiene la vetusta plaza de toros cerrada a cal y canto desde hace no sé cuantos años; y Gijón, la perla marinera e inequívocamente taurina de la cornisa cantábrica, ha estado a punto de quedarse, otro año más, sin las corridas de toros de su feria de Begoña, a causa de la testarudez y el sectarismo de una alcaldesa que, para fortuna nuestra, ha sido desposeída de su vara de mando por vía del sufragio universal. Menos mal que el nuevo gobierno municipal ha logrado rehabilitar los festejos taurinos en el coso de El Bibio, apoyándose en la impecable labor de su joven empresario, Carlo Zúñiga, hijo.

Oigo a los comentaristas de la Vuelta hablar de La Cruz de Linares y ello me trae el recuerdo de la tragedia taurina protagonizada por Manolete, cuando la moneda del cara-o-cruz del toreo le salió por el envés en aquél sanagustín de 1947. La Fiesta tiene, pues, un Sinaí con la cruz perenne del Linares de Jaén en las páginas de su historia, como el Linares asturiano la tiene para los ciclistas en un puerto de montaña.

Lo curioso es que, también en el recorrido de la etapa de ayer y antes de acometer el entorno de Linares, otro monte de dura pendiente se vino encima de los corredores de vanguardia: el Puerto de San Lorenzo. ¡Atiza!, como la ganadería salmantina de Lorenzo Fraile e hijos!, exclamé. Bravo, desde luego, era el paraje que domina este rocoso Puerto de San Lorenzo asturiano, como bravos son los toros que se crían en el paraje del Puerto de la Calderilla de Tamames, (Salamanca). Menuda coincidencia.

Por estas y otras causas, me quedé pegado a la pantalla hasta que los corredores llegaron a la meta. No me pidan el nombre del ganador porque mi mente estaba concentrada en el curioso cruzamiento de un deporte de esfuerzo titánico y una fiesta de misterioso y permanente riesgo. Para reafirmarlo, hube de imaginar un encuentro entre dos aficionados taurinos sevillanos junto al Puente de Triana en el vencido atardecer del año 1966. Rememoraban con frescura el acontecimiento que acababa de producirse en la Maestranza, donde un torero salmantino, llamado Santiago Martín Sánchez y apodado El Viti, acababa de hacer una faena de muleta antológica al toro ”Peinadito”, de Samuel Flores. Le recordaba un exaltado trianero a su paisano interlocutor: “Cucha, mi arma: esto que acabamo de vé, aunque no haya cortao orehas, es lo má grande que se ha visto en Sevilla desde hace mucho años. ¡Cómo ha estao er Viti!”. Y, qué curioso también: uno de los ciclistas españoles que corren en esta Vuelta a España, en este caso, encastrado en el pequeño pelotón que sucedía al ganador de la etapa referida, se llama así: Erviti.

Nada, que el pedal y la muleta son primos hermanos. Al fin y al cabo, la Vuelta a España no es más que una vuelta al ruedo, pero con más kilómetros. Al Ruedo Ibérico, naturalmente, como aquél en que se aprietan las novelas de Valle Inclán, el que le dijo a Belmonte: “Juan, para ser perfecto, solo te falta morir en la Plaza” ; a lo que el torero respondió: “Se hará lo que se pueda”... Lo mismo hacen los pedalean hasta el último aliento: empinarse en el sillín cuando la carretera, a su vez, se empina de forma brutal. Unos y otros, toreros y ciclistas, son superhombres.