Uno lo había oído, pero no acababa de creérselo. Bien se sabe cómo los mortales, en general, y los políticos en particular gustan de desprestigiar al enemigo reiterando argumentos a discreción. Pensé en un primer momento que aquella afirmación se situaba en esa línea. Se coge el rábano por las hojas y se atribuye al adversario lo que éste no quería decir ni realmente dijo. Después vendrá la polémica con el contexto y demás, pero el daño al contrario ya esté hecho.
Total, que esperé algún tiempo para estar seguro de que, efectivamente, ahora protegemos por la vía penal a todos los animales vertebrados -esta es la expresión utilizada en el nuevo artículo 340 bis del Código Penal-, sin distinción alguna entre mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces. Las penas previstas para las lesiones se agravan si se ocasiona al animal la pérdida o inutilidad de un sentido, órgano o miembro y, naturalmente, aumentan todavía más con la muerte del mismo. Hablamos, para empezar, cuando no hay agravantes, de varias penas, entre ellas las de prisión de tres a dos meses o multa de tres a seis meses, lo que es absurdo en relación con la lagartija, el gorrión, el sapo y los peces de colores.
He buscado alguna explicación satisfactoria para soslayar la aplicación de los correspondientes preceptos a esos animales, pero en el tenor literal del artículo no caben excepciones, puesto que sus características y grupos no suscitan ninguna polémica entre los zoólogos de profesión o entre los ciudadanos de a pie. La interpretación se presenta aquí más como cuestión gramatical que como tarea jurídica, más propia de un profesor de lengua española que de un doctor en derecho.
Pese a todo, es tal la gravedad del dislate legislativo que me queda una pizca de temor al exponer públicamente mi crítica. Lo malo es que me vienen a la memoria otros dos tapices del mismo artesano, la Ley del Sólo sí es sí y la Ley Trans, que tampoco son un ejemplo a seguir. Y, aun así, hemos de agradecer que se continúe empleando el español de toda la vida pese al auge en las altas esferas políticas de expresiones como “los niños, las niñas y les niñes”, y otras memeces por el estilo.