El debate político en el Parlamento y en los medios informativos (los habituales canutazos de cada hora para rellenar informativos y titulares) se desliza hacia lo inane e irreal, entre naderías y mentiras, diálogos de besugos para pasar un rato. Con buena parte de la clase política como protagonistas y con la complicidad de los medios atrapados en esa lógica poco lógica que no discrimina entre lo relevante y lo inmediato.
La discusión sobre las consecuencias y la gestión de la ley conocida como del “solo sí es sí” roza lo absurdo. Cada interlocutor habla de una cosa distinta. Unos describen el consentimiento como asunto capital, mientras que otros insisten en que siempre lo ha sido y que no hacía falta cambiar la ley anterior para modificar los procedimientos y sanciones. Un diálogo de besugos, o de sordos, que no cambia la realidad, aunque sirve para alborotar, confundir y confrontar.
La última confusión, la de esta mañana, viene a cuento de los beneficios de los bancos que otorgan hipotecas. Podía haber sido cualquier otro avatar, pero hoy toca ese por la ley de la gravedad, lo último que llega. A la vicepresidenta segunda, siempre atenta al micrófono, la parecen muchos beneficios (hoy los del BBVA) que la llevan a la conclusión de que el gobierno debe congelar (que manía con congelar) por decreto los intereses de las hipotecas. La correlación entre ambos conceptos es una buena ocurrencia, muy coyuntural, emocional; finalmente inútil porque no habrá ninguna consecuencia más allá de armar bronca y hacer ruido.
No hay que estar muy informados para saber que intervenir, congelar… cosas, suele producir efectos contrarios a los pretendidos. Sirve el caso de los alquileres, congelados (en teoría, en el papel y las declaraciones) varias veces durante los últimos años, que no paran de subir. O el control de precios de alimentos. Intervenir los resultados de los bancos cuando ganan mucho (concepto indeterminado) no es una idea nueva, se ha hecho en distintos países y momentos y la experiencia nunca salió bien.
Oto mantra es que como ganan mucho deben repartirlo. Sin entrar en detalles sobre cómo se reparte o si ya se reparte de hecho. Ignoro si la diputada que defiende el reparto se ha detenido unos minutos a conocer y entender como se componen y distribuyen los ingresos de las empresas y cual es el destino final de la última línea, la de resultados. De la simpleza de sus comentarios se deduce que lo ignora y que responde al buen tuntún, como si de un diálogo de besugos en la barra del bar se tratara.
No mejora el debate al escalar en la nomenclatura; los comentarios del presidente del gobierno el martes en el Senado son impropios de una persona responsable y más bien propios de un ignorante desinformado. Y el presidente no es ni ignorante ni desinformado. Sospecho que son las indicaciones de los estrategias de campaña, esas gentes que se ganan bien la vida fabricando mensajes simples (para que se entiendan y vayan al corazón del votante) para consumo de políticos determinados a ganar.
Los diálogos de besugos ni ilusionan, ni animan ni alientan a los ciudadanos a confiar en el futuro,