Para saber el tiempo que hará, ya no miro al cielo sino a la tierra.
Hace un momento, supe que iba a llover porque un arrendajo se posó a buscar las últimas castañas que aún quedaban entre la hierba.
No sé por qué, tal vez porque la tierra se ablanda, lo cual les facilita la tarea de enterrar las castañas en sus despensas, suelen venir a buscarlas justo antes de que llueva, o mientras llueve.
También al observar que, hace un momento, regresaron las vacas a las cuadras, supe de esta inminencia de la lluvia que, por otro lado, es una bendición, siendo primavera.
La temperatura, también la deduzco por el número de toperas que van saliendo.
A medida que se calienta la tierra, van apareciendo, como puntos suspensivos, los montones de tierra que dejan los topos cuando se asoman como los tulipanes cuando llega la primavera.
El paisaje, además, se ha llenado de nubes que hablan del calor y de los días que se alargan, al florecer los cerezos, también los silvestres, que se ven como suspiros blancos por un monte alfombrado ahora de pétalos.
Aquí y allí, todo son flores.
También en los campos donde había grelos y ahora sus flores amarillas más pálidas que las de los campos de colza, pero igual de luminosas bajo los cielos nublados; o con sol, pero siempre llenos de pájaros, en ocasiones tarabillas que vuelan y se posan en collera entre las flores, teniendo ya por algún lugar su nido.
Siempre he creído que, tras la luna llena de Semana Santa, lo que llamamos la Pascua Florida, es cuando se abren las puertas del campo de las cuales escribiera el poeta José Antonio Muñoz Rojas.
Que no es sólo el sol, su luz, sino también la luna llena, la que empuja de lejos a hacer el nido a los pájaros que vuelan como peces entre las flores, y también a florecer el plancton marino.
Que todo empieza con esta luna llena.
Aún no hemos salido a la ría, pero quizás esté ya el agua rosada, de la cantidad de plancton que florece durante la Pascua; o que tenga mariposas de la col volando por su superficie de un lado a otro, sobre el agua, sin mojarse las alas, como si las térmicas del sol sobre la tabla del mar en calma las sostuviera a la justa distancia, igual que a los cormoranes volando al ras, con sus ojos esmeralda, mientras los primeros brotes de los robles que alcanzan la orilla, dan verdor también al agua salada que llega por el océano con los cardúmenes de caballa y las familias de delfines mulares.
La sensación es, de verdad, la de haber entrado en un tiempo nuevo con una emoción que es callada, pero igual de intensa que si la gritáramos por las calles.
El corazón vive por fuera con todo, aunque se haya vivido ya muchas veces esta sensación.
No se pasa.
Es la misma.
Como una poesía que se lee de nuevo.
Siempre eterna, siempre joven, la Pascua Florida tras la primera luna llena de primavera.