No sabemos si la Directora General de la Guardia Civil ha dimitido o si la han cesado en cuanto Moncloa supo que su marido iba a ser acusado de trapicheos non santos con dinero público.
No sabemos por qué cuando la pareja de un político-a de derechas hace una travesura legal el político tiene que estar totalmente al corriente del comportamiento de su marido, mientras que si la tropelía la lleva a cabo un cónyuge de izquierdas es normal que su pareja lleve durmiendo catorce años con él sin tener la menor idea.
No sabemos por qué la dimitida o cesada es la mejor Directora General de la historia (Marlaska dixit). El superlativo es curioso. No ha dicho una de las buenas sino “la mejor”. ¿Ha estudiado Marlaska la biografía de los tropecientos Directores que ha tenido la benemérita a lo largo de siglos o era un piropo interesado para calmar la irritación al cesarla?
Y no se entiende por supuesto la foto del acto de dimisión o cese con cuatro tenientes generales arropando a la saliente. No sabemos si querían mostrar solidaridad con la Directora, si tenían miedo a represalias de la Superioridad si no comparecían o si fueron incluso obligados a estar allí. La foto resulta un tanto incomprensible y es palpable que no ha provocado entusiasmo entre los miles de miembros de la eficaz institución que es la Guardia Civil. Muchos de ellos no consideran elogiable la conducta de la señora Gámez. No sólo por el atropello que llevó a cabo con Pérez de los Cobos -un funcionario ejemplar cesado por negarse a hacer algo que entraba en lo delictivo, olvidamos con frecuencia que al citado coronel, postergado bochornosamente ahora, se le ordenaba que hiciera algo en contra de la ley- sino por otros casos igualmente injustos que dejan la duda de si la dimitida tenía más interés en servir al partido socialista que a la Institución y, en alguna ocasión, a las normas legales que está especialmente obligada a respetar.
El intento del gobierno en camuflar los asuntos turbios del investigado diputado socialista Tito Berni desviando la atención hacia su aparente compinche, un general de la Guardia Civil, contribuirá a socavar la imagen del Instituto armado. La maniobra es rastrera por injusta.
Los que somos de pueblo conocemos de cerca y apreciamos la labor diaria de los guardias civiles. Abnegada es la palabra que la define. Uno de esos miembros, jubilado ahora, me dice vehemente mente que la quieren transformar en “Guardia servil” de un partido. Y se atropella dándome ejemplos mientras se queja del calificativo del ministro hacia la cesada o dimitida. Es tan gratuito, me dice, como el saludo del Papa Francisco al alcalde de Madrid: “Bienvenido el heredero de la gran Manuela”. Comulgo con mi interlocutor, la frase del Ministro es un pelín exagerada, la del Pontífice es además una bobada total, una sonsera incluso protocolaria. ¿Dónde está la fina diplomática vaticana?