Israel se abraza a la soledad y la desesperanza

El gobierno israelí, quizá el más duro (si se puede utilizar una balanza de dureza) de las últimas décadas, juega una complicada partida consigo mismo, con sus representados y con los aliados tradicionales. El primer ministro y el ministro de Exteriores sufren crecientes dificultades de interlocución con la administración Obama; gozan de influencia en los Estados Unidos, donde cuentan con el lobby más activo, con incidencia decisiva en el Capitolio, pero no tanta en la Casa Blanca y la Secretaria de Estado.

Los otros aliados, especialmente los europeos, han sido siempre aliados relativos, poca determinantes, aunque con influencia suficiente y con trama de intereses y de amigos poderosos. Y en el seno de la sociedad israelí crece el desaliento, un cierto fatalismo de que la guerra será eterna, permanente y la resistencia se convierte en el recurso de los sin esperanza. El sentimiento de que no hay solución alienta las posiciones más radicales, la política del no hay nada que negociar.

Israel depende de la ayuda externa, especialmente de los envíos materiales, militares y financieros que llegan de los Estados Unidos; el gobierno de Tel Aviv (o de Jerusalén) estima que esos envíos seguirán aunque las relaciones con Washington se tensen y deterioren. Pero esa es una hipótesis que requiere verificación, que admite poca prueba de resistencia ya que sería fatal.

A favor de la dureza de Netanyahu juegan los otros radicales de la zona, especialmente el gobierno iraní de Ahmadinayad, convertido en señal de alarma mundial por su pasión nuclear y su acreditado espíritu belicoso. El temor a la bomba sucia sostiene los apoyos a Israel que aparece como barrera frente a unos exaltados con demasiado poder. Pero, ¿es suficiente ese argumento para que Israel mantenga su actual política? La respuesta la dará, como no, Obama, que se enfrenta a un problema capital en cada uno de los asuntos en los que tiene que actuar. La opinión le reclama que resuelva el problema de los inmigrantes en Arizona y que lo haga ya, que apague la tensión en Oriente Medio, y que lo haga ya; que desarme a los armados irresponsables y que lo haga ya; que pare el vertido de BP y que lo haga ya… demasiadas tareas para un hombre racional y frío, con mucho poder, pero muchas limitaciones.

Mientras, el gobierno de Israel se defiende frente a todo lo que se mueve. Ahora frente a una expedición nada belicosa pero muy peligrosa para la doctrina oficial. El embajador en Madrid pretende que Gaza no necesita ayuda externa, que Israel proporciona más de lo que necesitan esos millones de palestino encerrados. la pobreza del argumento indica las dificultades de una diplomacia casi imposible que se defiende en el borde con lo que encuentra más a mano.

La soledad de Israel es creciente y ellos lo sienten; pero no encuentran otra salida que la resistencia numantina, el espíritu de sacrificio hasta el límite. Tanto como el de sus vecinos y adversarios de Gaza y Cisjordania. Un lucha agotadora, perpetua, sin salida. No caben mediaciones, solo Estados Unidos dispone de voz y fuerza, aunque con muchas limitaciones. Un modesto barco con ayuda humanitaria pone el problema patas arriba.

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