La original oferta de Pedro Sánchez de seis “cara a cara” frente a su adversario al atardecer de los próximos lunes es un buen indicativo de que esta campaña electoral va a ser distinta a las anteriores; distinta en los procedimientos, en los acentos y en la belicosidad de los protagonistas. La confrontación desplaza al debate.
Un rasgo evidente es que se va a dilucidar en las televisiones, no tanto en los espacios informativos cuanto en los formatos de mayor audiencia de la tarde noche, la mañana y la tarde. Los programas de Pablo Motos y Ana Rosa Quintana son objetivos principales en los que comparecer para captar simpatizantes votantes. También los telediarios y los espacios de debate que consigan la aceptación por consenso de los debatientes con permiso de la junta electoral que suele entrometerse más allá de lo deseable.
Puede parecer que va a ser como en otras campañas, pero mucho más acentuado; van a llegar mucho más lejos. Las televisiones y las redes sociales serán los soportes fundamentales en demérito de los grandes medios tradicionales a los que solo queda un espacio residual de denuncia que puede luego escalar a las televisiones.
Otra característica acentuada está siendo el personalismo, inevitable en las campañas, pero ahora acentuado hasta la náusea. Sánchez busca el antagonismo con Feijóo con más intensidad que lo que conocimos entre Suárez y Felipe; Felipe y Fraga; Aznar y Felipe; Rajoy y Rubalcaba; Sánchez y Casado. Si el punto máximo de confrontación lo alcanzaron Sánchez y Rajoy cuando el primero le dijo: “usted no es una persona decente” y Rajoy respondió con los calificativos de “ruin, mezquino y deleznable… miserable” lo que podemos llegar a escuchar durante los próximos días puede superar el listón.
Esta campaña, como las dos anteriores de 2019, cursa entre cuatro partidos con pretensiones de entrar en el gobierno encabezándolo o en coalición. Ninguna encuesta apunta a un gobierno monocolor, aunque esa sea la pretensión imposible de los partidos del bipartidismo. Y todos ellos van a la desesperada por alcanzar esos votos marginales que decantan el éxito que no es otro que alcanzar el gobierno a cualquier precio.
Fue Mitterrand quien dijo que los programas solo obligan frente a los que se los creen. Una tesis pragmática que buena parte de la opinión hace suya a la vista de la experiencia. Nada de lo que digan tiene valor, menos aun lo que filtren sin citar fuente. Solo cuenta lo que hagan, lo que puedan hacer cuando les toque.
Esta va a ser una campaña distinta a las anteriores porque los recursos disponibles han cambiado y porque la voracidad de los pretendientes ha crecido. Huelo distinto y no muy agradable.