La rectificación del gobierno en materia de salarios y pensiones es rotunda, tienen que hacer algo que dijeron que nunca harían y se quedan sin relato aunque el ministro Blanco intenta redactarlo confrontándose con Isabel Durán en “La Noria“.
Zapatero anda ofuscado en su laberinto, lamentando la pérdida de la humildad tan conveniente cuando todo parece ir bien. Le faltó la lectura del aragonés Baltasar Gracián, pero nadie se lo puso a mano, se enredó con los marcos de Lakoff. Y lamentando no haber previsto algo tan elemental como que a la euforia sigue la decepción, que las borracheras tienen reseca.
Recuerdo ahora sentencias como “nunca digas de esta agua no has de beber” o “si no quieres caldo…dos tazas”… Zapatero se imaginó campeón de la política social: subir el salario mínimo, mejorar salarios y pensiones, subsidiar la dependencia, la natalidad… y nunca padecer una huelga general. No sé si le caerá la huelga, que en cualquier caso no será relevante porque la magia de la huelga general ha muerto, pero se ha ganado un puesto en la lista corta de gobernantes que redujeron los salarios a los funcionarios y no ajustaron las pensiones con la tasa de inflación.
Las noches previas a la toma de estas decisiones no habrán sido amables para Zapatero, las rectificaciones se asimilan mal, y cuando el presidente subió a la tribuna del Congreso el día 12 llevaba a la espalda una carga pesada, la del cambio radical. Muy grandes eran las orejas del lobo que vio Zapatero ese fin de semana para entender que tenía que hacer lo que hizo. De momento no le apoya casi nadie, y entre los suyos los murmullos por bajinis son de incomodidad (“hemos perdido las elecciones”), y las explicaciones de algunos irritan a las cancillerías europeas por indiscretas o incorrectas.
Sin embargo las medidas adoptadas son efectivas para el objetivo perseguido, salvo que se desinflen por el camino. Se ajustan bastante a lo que reclamaban casi todos los expertos, los que apercibieron de la crisis y los que se enterarán más tarde. Pero a los millones de personas que les afecta, aunque sea un rasguño, les parece que son injustas, que hay otros a los que debían haber ajustado antes y más. Tampoco parece que los demás grupos políticos las vayan a secundar y no tanto por el contenido cuando por el proponente, con Zapatero ya no quieren ir ni a heredar. Y si el presidente socialista se queda solo, tendrán que pasar cosas, vendrán consecuencias previstas y no previstas, se abrirá otro libro.
El mayor problema de este ajuste es que en vez de alentar esperanza de salida de la crisis, lo haga al pesimismo catastrofista de que esto no lo arregla nadie que hay que cambiar de vehículo y de conductor. Pero eso lleva tiempo, quizá demasiado, tanto como para tener que transitar por una dura recesión, como para que los salarios públicos tengan que reducirse bastante más y no por voluntad política sino por falta de efectivo, porque los lobos de los mercados digan que a esos no se les fía porque no son fiables.