El caso Ferrovial ha reavivado algunos mitos y leyendas que dominan el discurso y el relato económico con fatal aprovechamiento posterior. La tarea del buen gobernante debe ser pedagógica, ofrecer criterio a una ciudadanía que quiere progresar. El discurso de las grandes empresas (sobre las multinacionales) codiciosas, explotadoras, deshumanizadas y perversas puede que tenga audiencia y excite pasiones poco informadas pero tiene poco fundamento. Al lado de ese relato crítico emerge el elogio de lo pequeño, la heroicidad del pequeño que lucha contra los gigantes perversos.
A poco que se reflexione y se analice y compare la realidad se descubre que una de las diferencias de la economía española con las de los países más avanzados es el exceso de protección y presencia de las pequeñas empresas que no quieren crecer, que están cómodas con un status débil pero poco exigente. Empresas con bajos salarios, con alta precariedad, con fiscalidad escapista y, últimamente, con incentivos en forma de subsidios, excepciones y apoyo para no cambiar.
El objetivo de cualquier empresario que se precie, que quiera durar, no es el beneficio; éste es una necesidad ya que sin beneficio no hay futuro. El propósito no debe ser otro que el crecimiento, llegar más lejos; dar el salto de lo pequeño a lo mediano e incluso a lo grande. Todas las grandes empezaron siendo pequeñas.
En las medianas y las grandes hay mejores salarios, más estabilidad, posibilidades de formación y progreso profesional, capacidad para investigar, para exportar y para llegar más lejos. Por eso los estímulos a seguir siendo pequeños, son contraproducentes; por ejemplo, no pasar de 50 trabajadores ya que en ese caso hay más riesgo de control fiscal y laboral, más presión sindical… las consecuencias de esos incentivos no estimulan a esos empresarios, les empujan a conservar, a no arriesgar, simplemente a subsistir.
La economía alemana y la francesa son competitivas porque cuentan con empresas grandes, tractoras, que arrastran al resto. Y sobre todo un potente entramado de empresas medianas resistentes, innovadoras y con vocación de crecimiento. La pasión por las pymes, sobre todo por las P (lo pequeño no siempre es hermoso) no contribuye al progreso, más bien emite un tinto conservador, reaccionario. A los gobiernos corresponde predicar, entender y explicar buenas ideas, aunque no es lo más frecuente.