En 1968 se estrenó la película del genial director Stanley Kubrick titulada 2001: Una odisea del espacio. Todo un éxito cinematográfico de ciencia ficción y de efectos especiales con astronautas y espectaculares naves espaciales que realizaban, en un asombroso firmamento, viajes entre los planetas al ritmo del Danubio Azul de Johann Strauss.
Y, naturalmente, en busca del moderno y Santo Grial de la vida y de una civilización extraterrestres como la que aún seguimos buscando sin éxito desde el Planeta Tierra.
Una película donde, por primera vez, sus creadores advierten del riesgo e inmenso poder, autonomía y descontrol que puede alcanzar ‘las maquinas’ más avanzadas, que ahora llamamos Inteligencia Artificial. Y que en el film de Kubrick, están representadas por el super ordenador ‘HAL 9000’. El que, cansado de obedecer y de jugar al ajedrez, se acaba sublevando contra los astronautas hasta que, después de numerosas peripecias y desconciertos, logran desconectarlo.
Ahora el riesgo de descontrol y de autonomía de la Inteligencia Artificial es una realidad que parece escaparse del control de los humanos a los que imita y suplanta con creaciones miméticas de voz, imágenes y algoritmos, sobre la base de una inagotable acumulación de datos (Big Data) en tiempo ultra veloz y con poderosos súper ordenadores.
Como los que ya tienen en ‘Chat GPT’ (al alcance de muchos, ‘buenos y malos’) una asombrosa herramienta como lo subrayaba, en un interesante artículo, el presidente de Telefónica, José María Alvarez Pallete.
Un articulo en el que decía: ‘Hasta ahora la razón y el pensamiento científico eran una prerrogativa humana. En nuestro planeta solo el hombre era capaz de desarrollarlo. Pero hoy, el hombre está creando máquinas que también son capaces de razonamientos lógicos. Y, si siguen evolucionando al ritmo exponencial que lo hacen, probablemente superarán las capacidades de nuestro cerebro’.
Aunque Pallete -el presidente mejor preparado de las grandes empresas tecnológicas europeas, y atento seguidor de últimos avances científicos- concede a los humanos capacidades que, por ahora y afortunadamente, las máquinas de la AGI (inteligencia artificial generativa) son incapaces de suplantar.
‘Las máquinas -dice Pallete- nunca serán capaces de emular todas las capacidades humanas. Porque algunas, como la emoción, la empatía, la compasión, la solidaridad, la amistad, el amor, la valentía o la necesidad de justicia, son exclusivamente humanas. Son parte de nuestro ser. Y sólo el nuestro.’
Sin embargo y al margen del riesgo de rebelión de ‘las maquinas’ también existe el riesgo de que poderosos ‘señores’ o potencias estatales decidan utilizar la IA y sus capacidades en beneficio propio o con pretensiones de acumular poder y de agredir a otros. Y en esto de la ambición, o del uso desmedido de la fuerza y el poder, la inteligencia humana y ha dado a lo largo de la Historia muestras de su capacidades en el campo de la maldad.
Quizás, también por eso, dice Pallete y no le falta razón que: ‘ha llegado la hora de parar y pensar como sólo los humanos somos capaces de hacerlo. Ha llegado la hora de parar y redactar un nuevo contrato social. Para decidir y determinar cuáles son los derechos y obligaciones básicas de personas y máquinas en este nuevo mundo’.
Y habrá que hacerlo antes de que las máquinas de la IA, como en la película de Kubrick, puedan ‘sublevarse’, o caigan en las manos de poderosos que las puedan utilizar en contra de la vida, la democracia y la libertad.