Me gustaría empezar diciendo que, a pesar de que mantengo diferencias de fondo con una parte de su proyecto y con algunos elementos de su agenda, siento una sincera simpatía hacia Irene Montero como dirigente política y como persona. Me resulta muy fácil estar cerca de mujeres que no piensan como yo pero creen en lo que hacen y dan la cara superando muchas barreras que aún existen en la actividad política para las que acceden al poder. En esa resistencia, que yo también practiqué durante el tiempo que estuve en primera línea, las reconozco y las respeto, sé bien lo duro e ingrato que puede llegar a ser.
Como ya he tenido ocasión de manifestar públicamente, considero un grave error el espacio de confrontación que se ha abierto dentro del movimiento feminista al impulsarse desde el gobierno la agenda queer, sin un verdadero debate y con grandes dosis de sectarismo. Y, aunque Irene Montero ha sido la principal defensora de una legislación y una teoría más que discutibles, ella me parece una sólida adversaria.
En mi opinión la Ley para la Igualdad real y efectiva de las personas trans se equivoca cuando sacraliza el género -que no es lo mismo que el sexo- dando carta de naturaleza a la discriminación radical de las mujeres en sociedades que marcan a fuego la diferencia entre los dos sexos y otorgan, a través de una compleja construcción cultural, política y social (el género) un lugar subordinado al sexo femenino.
Pero Irene Montero no es sólo la Ministra de Igualdad, ella es también líder de un partido, Unidas Podemos, que tras un tiempo de indudable éxito político y electoral, ha ido disminuyendo en sus apoyos y simpatías. Así es la política democrática…
España es una democracia moderna y consolidada en la que no existen los partidos de masas. La afiliación política de los españoles es insignificante, muy por debajo de la media de la UE. Según datos (2021) de la Agencia Tributaria, obtenido de las deducciones fiscales que se generan por el abono de cuotas a los partidos políticos, sólo el 1,2% de los españoles estaría afiliado a alguna formación. Eso significa que, en nuestro país, los que determinan el rumbo, la valoración real y el futuro de los partidos políticos son exclusivamente los electores. Y Unidas Podemos no ha dejado de perder apoyos en las últimas citas electorales.
Siento también respeto y simpatía hacia Yolanda Díaz, una mujer con un recorrido político y profesional de largo alcance y una personalidad atractiva. Ella ha irrumpido en el espacio político-mediático casi con la misma fuerza con la que, en su día, lo hizo Pablo Iglesias -el líder original de Podemos y quien la designó como su virtual heredera-.
A pesar de su éxito actual, y su creciente perfil de líder nacional, lo cierto es que Yolanda Díaz resulta todavía una incógnita en términos electorales. Su apuesta por representar a un amplio movimiento ciudadano y transversal, superando la lógica de los partidos políticos, no se jugará hasta después de las elecciones municipales y autonómicas del próximo 28 de mayo en las que ha decidido no participar. Por el momento, además de ir sumando a Izquierda Unida y a una parte de la izquierda territorial, Díaz ha marcado las distancias con el partido que la propuso como Vicepresidenta Segunda del gobierno y como cartel electoral. Seguramente en su decisión de alejarse de Unidas Podemos ha valorado el declive en el que parece haberse instalado la formación morada, mientras ella se ha ido dejando seducir por el impresionante apoyo mediático del que disfruta en este momento. Es todo muy humano pero muy poco eficaz en términos electorales.
A la izquierda del PSOE, por ahora, sólo encontramos una agria división que suena más a una lucha por el poder y el liderazgo que a diferencias políticas sustanciales. No será fácil convencer al electorado mientras persistan los discursos antipáticos y los desplantes entre Montero, Iglesias y Belarra contra Yolanda Díaz (o viceversa). Alimentar constantemente el conflicto no dará un buen resultado; es sabido que los electores suelen castigar dicho comportamiento.
¿Entonces, por qué no lo evitan? Lo cierto es que en muchas circunscripciones Podemos, IU, Más País y Compromís están consiguiendo acordar las candidaturas para el 28M… pero el ruido nacional lo empaña todo. Yolanda Díaz ha decidido esperar al resultado de las elecciones locales y autonómicas en las que Unidas Podemos puede sufrir una nueva derrota, dejando el campo despejado para la nueva plataforma de la izquierda con los morados en inferioridad de condiciones para negociar las listas de final de año.
Hablamos de traiciones y venganzas y asistimos a tácticas de vuelo raso, a cálculos de laboratorio electoral y problemas de liderazgo; en definitiva asuntos que nada tienen que ver con las ciudadanas y los ciudadanos a los que tanto Yolanda Díaz como Irene Montero dicen representar. Pedir a la gente de izquierdas que se movilice y muestre su apoyo a un proyecto alternativo, nuevo e ilusionante mientras las líderes de ese horizonte de esperanza no dejan de evidenciar su distancia y mutua antipatía es un mal negocio.
Ha llegado el momento de que ambas, Irene y Yolanda, demuestren su alto nivel de liderazgo y de sentido político sentándose entorno a una mesa hasta llegar a un acuerdo que cambie este ruido desagradable por las ideas y las propuestas que espera la izquierda.