Hipocresía y malos tiempos para proteger al planeta

Cumbre del G20

EFECumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G20 en Bali

Desde el 6 hasta el 18 de noviembre se celebra en Sharm El Sheikh, Egipto, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27).

Se trata de una discusión mundial -la número 27- con el objetivo principal de combatir las emisiones globales de efecto invernadero ligadas a los combustibles fósiles; petróleo, gas y carbón. A lo largo de los últimos años la conciencia ecológica ha ido en aumento en la mayoría de las sociedades y los gobiernos avanzan (muy) lentamente en sus agendas contra el calentamiento global.

La Cumbre que ha reunido a más de 120 líderes internacionales, además de delegaciones de expertos, técnicos, empresas y activistas, se ha desarrollado en una ciudad balneario que, entre otras muchos servicios, dispone de la balsa de agua dulce más grande del mundo, en un país que vive una auténtica emergencia hídrica. Las varias piscinas del hotel que alberga la cumbre se alimentan de agua del Mar Rojo convenientemente desalada.

Sharm El Sheikh, además de ser un lugar bien custodiado lo que garantiza la dificultad de acceso a las manifestaciones de los activistas climáticos, es una ciudad alejada de los aeropuertos internacionales. Tal vez por eso, a la convocatoria más relevante contra el calentamiento global, los jefes de Estado y de gobierno acudieron en aviones privados -se calcula que entre 200 y 300 jets- a lo que hay que añadir todos los vuelos y vehículos movilizados para las 30.000 personas acreditadas en la cumbre. La huella de carbono que deja toda esa logística debe ser enorme.

Se da la paradoja, además, de que en Egipto, país anfitrión de la COP27, los militantes del clima son perseguidos por las autoridades y no sólo ellos; las organizaciones de derechos humanos calculan que el gobierno de El-Sisi mantiene encarcelados a unos 60.000 presos políticos.

Bajo el patrocinio de Coca Cola, una de las industrias más contaminantes del mundo, y con un gran despliegue de banderolas de plástico en los árboles de la ciudad y sus alrededores, se desarrolla la COP27 en un ambiente difícil y dividido.

Por una parte es evidente que la guerra de Rusia contra Ucrania y la grave crisis energética que ha provocado, es en este momento la fundamental prioridad para Europa, Estados Unidos, Canadá, etc y deja poco espacio para otros asuntos seguramente igual de urgentes.

Por otro lado los países menos desarrollados y más vulnerables al cambio climático reclaman, a las potencias occidentales, cumplir con los compromisos financieros adquiridos en cumbres anteriores para compensarles por las pérdidas y los daños que sus países vienen sufriendo por efecto de fenómenos atmosféricos extremos. Estos desastres climáticos no afectan a todos por igual y, en muchos casos, son precisamente los países que menos contaminan los que sufren las consecuencias más inmediatas y más dramáticas.

África es el continente más vulnerable al calentamiento global cuando sólo contribuye en un 4% a las emisiones de dióxido de carbono. Sudán, por ejemplo, en datos per cápita emite 0,05 toneladas de co2 mientras las cifras en EEUU son de 14,4 toneladas, Emiratos, 19, China 13,5…la Unión Europea es el tercer emisor mundial.

En el Cuerno de África encadenan la cuarta estación húmeda sin lluvias. Kenia, Etiopía, Somalia, afectadas por una larga y aguda sequía, suman más 50 millones de personas en riesgo de hambruna, malnutrición y enfermedad.

En África del Oeste las inundaciones de este año han destruido la producción de alimentos y no hay ayudas suficientes.

Las heridas del planeta son visibles para todos pero su impacto no es el mismo para todos.

Este “caos climático” tal y como lo ha definido el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Gutérres, sólo puede resolverse desde un gobierno global, capaz de impulsar la urgente transición energética que necesitamos sin eludir los equilibrios y el esfuerzo económico que los países más vulnerables reclaman.

Desgraciadamente la agenda para una globalización justa y sostenible está hoy seriamente cuestionada y la competición entre las grandes potencias, particularmente entre EEUU y China, frena cualquier tipo de compromiso mundial efectivo.

Malos tiempos los de las fracturas para proteger al planeta y a quiénes lo habitan.