El Real Club Deportivo Espanyol lo fundaron unos catalanes. Catalanes y católicos. El Fútbol Club Barcelona, extranjeros. Extranjeros y protestantes. La ortodoxia, sin embargo, está en la religión culé. Los heterodoxos, los periquitos, al menos una vez al año, tratan de amargar la vida al adversario. El sábado, una vez más, así lo hicieron. Remaron para sí y para el Real Madrid, que fue siempre el segundo equipo bien recibido en el desaparecido Sarriá.
Guardiola, curtido en las batallas del derbi barcelonés, no se fiaba y tenia razón. Al Espanyol le resulta más gozoso derrotar al Barça que a cualquier otro. El sábado, el marcador acabó en tablas, pero fue casi una derrota azulgrana porque se puso a tiro del Madrid en la clasificación. Los madridistas antes de jugar su equipo contra el Valencia se veían a un sólo punto de distancia.
En los antañones tiempos de Sarriá y Las Corts, lo pericos tenían su himno particular: “Somos españolistas de la corona/ de la corona, Somos especialistas en dar palizas al Barcelona/ al Barcelona”. Paliza fue la que se dieron sus jugadores ante los campeones. La paliza también se adobó con faltas constantes para romper el ritmo.
El partido se jugó como pretendió el Espanyol. Nada de concesiones. Siempre presionando e impidiendo el juego creativo azulgrana. El equipo españolista impuso su sistema y evitó que Xavi dirigiera como es costumbre y Messi marcara goles como sabe. Guardiola confeccionó una alineación poco fiable al principio. Corrigió y fue tarde porque Dani Alves, amonestado la primera vez con excesiva rigurosidad, acabó cayendo en la expulsión.
El Espanyol enseñó la cara menos brillante del Barcelona y demostró como es posible luchar contra la calidad: con esfuerzos sin decaimiento, con velocidad, contundencia y marcajes agobiantes..