La mañana del 21 de junio de 1993 un coche bomba explotó en la glorieta de López de Hoyos de Madrid al paso de un convoy militar. Murieron siete personas. Entre ellas, Juan Romero Álvarez, teniente coronel del Ejército del Aire. Juan Romero Álvarez era el padre de Pablo, que a esa hora iba al colegio. Tenía 17 años.
Pablo llegó a la redacción del diario El Mundo allá por el año 2000 o 2001. Por desgracia, era época aún de atentados. La banda terrorista ETA existía. Cuando el teletipo escupía un urgente y anunciaba un coche bomba o un tiro en la nuca, Pablo se resentía. Entonces era su jefe. No sabía de su historia. Más de una vez le encargué que se ocupara del tema. Nunca dijo nada. Profesional siempre, trabajador bárbaro. Un día me enteré de esa tragedia que lo había golpeado en plena adolescencia.
Pablo es, además de periodista, abogado. Siempre quiso saber quién había dado la orden de cometer aquel atentado. Y un día empezó a investigar. Tanto, tan bien y con tanta profundidad profesional y emocional que su salud se ha resentido. En 2013 encontró, tras leer cientos, miles de folios sobre la causa, un detalle clave que permitió mantener viva la causa contra los terroristas de ETA.
De aquella investigación obtuvo varios frutos: conseguir que no prescribiera el atentado, acercarse a la persona que ordenó aquélla masacre y un reconocimiento.
Pablo escribió una serie de artículos bajo el título Las tres muertes de mi padre. Convertido en un podcast, su trabajo recibió un Premio Ondas. Es un trabajo periodístico monumental. Pero ante todo es un ejercicio de honestidad, desnudez y sensibilidad para el que no tengo un solo calificativo que esté a la altura.

'Selfie' que el periodista Pablo Romero acaba de enviar desde San Sebastián.
ETA dejó un pasado de 853 muertos. Entre ellos el padre de Pablo. Yo sólo consideraré que esta etapa de la historia de España se cerrará -no se olvidará- cuando haya una petición pública de perdón. Una petición inequívoca y sin un solo pero; sin una sola trampa.
Hemos hablado con Pablo en profundidad sobre su investigación y siempre me ha emocionado su paz interior -"eso tengo, Fernando, paz interior", me dice al otro lado del teléfono-, su perdón (que no resignación) y la defensa a ultranza de la España post terrorista. Es decir: pasó y ahora hay que construir. Cuando me habla de su historia lo miro a los ojos, puro agua contenida.
Esta misma mañana de viernes, 19 de mayo, Pablo ha hablado en la Cadena Ser: “ETA sigue viva en la boca de quien pronuncia su nombre, porque, hasta donde yo sé, ETA ya no existe. ¿No se trataba de traer a Bildu al carril democrático? Además, no se presiona para que se resuelvan los casos [pendientes]; solo se dice: 'ETA sigue viva porque... patatas’".
Escribo esto porque estoy enojado. Muy enojado.
Pablo Romero publicó el jueves 18 de mayo un tuit. Decía esto: “Estimada @idiazAyuso: deje ya de decir barbaridades. Ahórreme el dolor de ver que ETA sigue viva en su boca. Se lo pido por favor, casi por caridad, si de verdad quiere respetar a los afectados por el terrorismo”.
Era su respuesta educada a unas declaraciones previas de la presidenta de la Comunidad de Madrid: “Bildu no es heredero de ETA, es ETA. ETA está viva, está en el poder, vive de nuestro dinero, quiere destruir España, privar a millones de españoles de sus derechos”.
El mensaje de Pablo Romero, querido, fue respondido por Consuelo Ordóñez, presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo, Covite. A su hermano, Gregorio Ordóñez, lo mató ETA de un tiro en la nuca en un bar del barrio viejo de San Sebastián en enero de 1995. Gregorio Ordóñez era concejal del Partido Popular.
Ordóñez respondió al tuit de Pablo: “Esto lo dice Pablo, a quien ETA asesinó a su padre y lo suscribo yo palabra por palabra. Es la banalización en estado puro. No respetan a los muertos, van a respetar a los familiares… ¡Besos Pablo!”
Isabel Díaz Ayuso es presidenta de la Comunidad de Madrid. Y el hijo de una víctima de ETA le ha explicado muy bien cómo es él y cómo es ella.
No hace falta más.