Olivia

La cama en la habitación vacía de Olivia.

FMParadiso.La cama en la habitación vacía de Olivia.

A veces cierro la puerta para no ver el vacío. A veces la abro, por si me llega su olor. Miro en el estudio, por si está allí, con sus cascos, su ordenador, rodeada de una pila de libros y papeles. En la nevera los plátanos cambian de color; al amarillo le salen ya algunas manchas. Olivia no está.

Recuerdo esa madrugada del 7 de junio, un lunes que no fue lunes, cuando a las 2.22 lanzó un lamento que no llegó a ser un lloro. Con los ojos abiertos y su pelo negro de punta. Tres kilos y medio de amor. Recuerdo esa lengua que intentaba construir palabras. Recuerdo esos dibujos en la pared del salón. Garabatos de tinta que entonces fueron un ¡pero qué ha hecho! y hoy roban sonrisas.

Cuando vuelvo a casa miro desde la calle para ver si hay luz en su habitación. No. Entro y oigo silencio y paso ligero por esa puerta para no darme cuenta de que se ha ido. Un amor infinito, ausente y en pausa tiene la virtud de crear palabras especiales para explicar realidades. ¿Estás tristeliz?, me pregunta. No estoy triste, le digo. Estoy feliz.

Recuerdo esos rizos que un día se cortaron y nunca más volvieron a aparecer. Recuerdo las cenas: tomate, más tomate. Y siempre una galleta. Recuerdo cómo desde el asiento de atrás del coche repetía Armstrong, Aldrin y Collins cuando hablábamos del primer paseo por la Luna. Recuerdo ese día en que dijo que no entendía las lecciones de Filosofía. Leímos, pensamos, enlazamos esto con aquello. Descubrimos. Al cabo, voy a estudiar Filosofía. Así fueron las cosas. Estudió Filosofía.

No se me ocurrió más que un abrazo. Apenas una palabra: disfruta. La vi marchar. Marchar feliz. La vi feliz con su maleta y su macuto. La vi feliz con su novio feliz. La vi feliz con la vida por hacer. No estoy triste.

Recuerdo los días de cine. Recuerdo conversaciones por el campo. Recuerdo los días en Hamley’s. Recuerdo sus primeros días de escuela. Recuerdo una bronca por regar con gelatina la ropa recién lavada. No fue ella, pero ella dio la cara. Recuerdo las tardes de playstation. Recuerdo las lágrimas sin ruido que brotaban por su mejilla cuando la miraba serio, rígido, severo. Perdón.

Olivia, sus rizos y su galleta.

Olivia, sus rizos y su galleta.

Hace ya veinte años leí un libro titulado Todo lo que hay que saber a los siete años: cómo pueden descubrir el mundo los niños, de Donata Elschenbroich. Los niños debían cocinar, pasar una noche en el campo, leer cuentos, dormir en el jardín bajo las estrellas y muchísimas cosas más.

Pienso que muchas de aquellas cosas sucedieron. Otras muchas no. El tiempo regalado a lo no importante, mientras lo importante crece, vive y se va. Qué manera de tirar las horas para después, Proust, buscar el tiempo perdido.

Abro el móvil. Tres corazones rojos y un te quiero mucho. Sonrío.

Recuerdo un viaje a Italia. Recuerdo un viaje a Marruecos, los curanderos de la Plaza Jemma el-Fna. Recuerdo ese barco por el Nilo, el calor que en el Valle de los Reyes empujaba contra el suelo. Recuerdo esos paseos por Notting Hill, con parada en Hummingbird para comprar un muffin después de tragar picante en el indio de la esquina. Recuerdo sus conversaciones, su complicidad con ese amor al que echamos de menos y con el que hizo piña.

No estoy triste. Estoy feliz. Feliz de ver que se fue, porque irse es lo que toca. Feliz de ver el camino que le queda por delante. Feliz de verla feliz junto a quien quiere ser feliz. Disfruta, le dije en un abrazo que llevo a todas partes.

Escribo en mí cabeza. Trato de ordenar palabras entreveradas que hablan de ausencias o que conjugan las últimas noticias del día. Limpio y escojo y las junto y luego ya veremos. Me doy cuenta de que a veces sonrío, a veces frunzo el ceño, a veces pierdo el sentido del tiempo y me paso la parada de tren.

Hoy, de golpe, he sentido que se me llenaban los ojos de lágrimas, como ahora, cuando recordaba y pensaba en la habitación vacía y escribía en mí cabeza. Me he girado para que no me vieran con la mejilla humedecida. Quizá se nos fue la mano cuando te enseñamos, Olivia, a ser independiente, a volar, a no necesitar a nadie para ser. Quizá se nos fue la mano.

Porque ahora que la habitación está vacía estoy feliz, pero también estoy triste. (Nos vemos pronto, Olivia).

Sobre el autor de esta publicación

Fernando Mas Paradiso

Historiador y Máster en Historia. Inició su carrera como periodista en el diario El Mundo (España) en 1989, donde ejerció como redactor, jefe de sección, redactor jefe, corresponsal en Londres y subdirector de www.elmundo.es en dos etapas. En 2014 modificó su rumbo profesional. En 2016 fundó El Independiente. Tras dos años en el proyecto se lanzó a la consultoría de medios. Nació en Montevideo (Uruguay) en 1966 y reside en España desde 1976.