Luna

La Luna sobre Madrid.

FMParadiso.La Luna sobre Madrid.

La última noche de 1975 hacía un calor pegajoso y divertido en Buenos Aires. En el patio de casa se aprontó una mesa grande, una cena de fin de año y un tocadiscos Philco. Y una Luna en el cielo. De vez en cuando, a petición de mi tía Cristina, sonaban discos de los Beatles que mi hermano guardaba como un tesoro, más por el amor que le tenía a Wanda, que se los había regalado, que a los de Liverpool.

Fue una noche de mayores, donde los niños, intrusos, sucumbíamos a la seducción de chistes que no entendíamos, de anécdotas que desconocíamos y de algún canto que no sabíamos. Dieron las doce, llegaron los brindis, las cañitas voladoras, las tracas y los buscapiés.

Empezó 1976 con la ilusión de la felicidad de lo por venir.

Bailamos She loves you, cantaron Quilapayún y los niños violamos con ansia y curiosidad tod0s los límites que se ponen a los niños: la hora de irse a la cama, la ingesta guaranga de cocacola y de dulces. Calmamos, también, el ansia de prender los petardos más grandes. No fue la persistencia infantil la que conquistó esos espacios vedados, sino el desinterés y despiste de esos que disfrutaban la vida entre vino y champán como si mañana no existiera.

En el patio de aquella casa había algarabía; y muertos y exiliados que aún no lo eran. Estaba Carlitos, que jugaba con los pendejos al Ludo, una suerte de parchís que lo volvía loco. "Esto es más difícil que cagar en un frasquito", dijo en frase que fabricó carcajadas y que hoy forma parte del patrimonio familiar.

Un cielo oscuro y lleno de luciérnagas que eran estrellas. Un cielo que hablaba de la noche, del misterio de sus pecas y que guardo en alguna parte del recuerdo como mi cielo.

Siguió la joda y algunos empezaron a desertar. Ya tarde, me pegué a Carlitos y le dije que quería ver amanecer. Ver la Luna atrapada por el día. Me subió a la terraza de casa y me enseñó las estrellas. Mirá allá arriba, yoruga, a la derecha, esa es la Cruz del Sur. Y él movía el dedo, que yo seguía con los ojos atentos. Y me daba nombres que nunca supe si eran o no eran. Mirábamos un cielo oscuro y lleno de luciérnagas que eran estrellas. Un cielo que hablaba de la noche, del misterio de sus pecas y que guardo en alguna parte del recuerdo como mi cielo.

Supongo que Carlitos tenía la esperanza de que me durmiera, de que cayera derrengado en sus brazos y que la fiesta terminara. Empezó a clarear. Asomó el Sol y se fue la Luna. Amanecía rosado y se sentía la llegada, dije, del calor pegajoso y divertido de los veranos de Buenos Aires.

Con la claridad absoluta me fui a la cama. La casa en silencio. Sólo dos locos resistimos el sueño por el deseo indestructible de un niño de nueve años de ver salir el Sol por primera vez en su vida. Cuando despertamos, el patio era un cúmulo de pasado reciente: platos y vasos, restos de serpentinas, algunas botellas vacías.

El Philco bajo el Sol. Los discos de los Beatles eran margaritas. El calor había ondulado el vinilo, pétalos de una flor. Con mí hermano encendimos el horno para darles calor y devolverles, eso es lo que pensamos, su redondez plana, firme. ¡Estúpidos!

No sé qué fue de la vida de Carlitos. No sé si vive o si está muerto. Sí sé que algunos de los que esa noche estuvieron allí no acabaron 1976. La felicidad por venir pasó de largo aquel año. Nunca más se repitió esa fiesta. Mañana, fue verdad, no existió. Tardó en volver.

Pero...

…vi amanecer. Vi al Sol dar los buenos días y a la Luna decir adiós y Carlitos me enseñó las estrellas del Sur.

Sobre el autor de esta publicación

Fernando Mas Paradiso

Historiador y Máster en Historia. Inició su carrera como periodista en el diario El Mundo (España) en 1989, donde ejerció como redactor, jefe de sección, redactor jefe, corresponsal en Londres y subdirector de www.elmundo.es en dos etapas. En 2014 modificó su rumbo profesional. En 2016 fundó El Independiente. Tras dos años en el proyecto se lanzó a la consultoría de medios. Nació en Montevideo (Uruguay) en 1966 y reside en España desde 1976.