Hermosa en su vejez, hermosa con su pelo blanco y desordenado atrapado en un moño, hermosa con su cigarrillo perpetuo y en sus arrugas profundas. Hermosa, rehúye la mirada y dice no. "De eso no quiero hablar". Las pinceladas precisas y diagonales, hondas y entrecruzadas; los personajes fantásticos, los caballos desbocados. Las máscaras, las diosas, los animales antropomorfos, los humanos con cabezas zoomorfas. Su infancia llena de cuentos, los que sembró en su cabeza una abuela irlandesa, que cultivó su madre y que su padre no pudo extirpar. Su estancia en Italia, después en Francia y… la huida a la desgracia.
La imagen de Leonora Carrington (Lancashire, 1917-Ciudad de México, 2011) aparece en un vídeo. Ella cuenta. Cuenta cómo empezó, cuenta que “hay que tener talento… luego saber dibujar”. Cuenta y fuma. Habla del surrealismo, ella, pintora surrealista máxima. Habla del tiempo y de su paso y del miedo que le da. “Porque no lo entiendo”. Al tiempo.
Suena su voz, a veces en inglés, a veces en castellano, a veces en frases donde se mezclan uno y otro idioma. Ella con una rebeca violeta. A veces, en otra escena, gris. Con ese relato en la memoria, con su imagen en la retina, se viaja cuadro a cuadro por su vida.
Esbozos primerizos en pinturas donde vuelca los recuerdos de días felices en el seno de una familia pudiente. Reflejos de los cuentos de Andersen, las aventuras de Stevenson, las fantasías de Carroll que guardaba en los anaqueles de su habitación; en la casa paterna que un día abandonó para no volver.

'Memoria y Origen Crookney Hall', de Leonora Carrington.
Memoria y Origen: Crookhey Hall, el único blanco y negro de un recorrido con varios caminos. En esa litografía se hacen realidad sus miedos y fantasías de cuando niña. Con la casa familiar al fondo, con fantasmas en primer plano.
Más allá, la inmensa y casi translúcida Diosa Blanca, un acceso al mundo esotérico que exploró Carrington. Los amarillos y anaranjados y azules incendiados en Los pavos reales de Cheng. La opresión de Los Amantes.
El cuadro que me cuenta a Leonora Carrington es Down Below. Una catarsis. "Me di cuenta de lo necesario que era sacarme de dentro todos los personajes que habitaban en mí".
En 1939 vive en Saint-Martin-d’Ardèche, cerca de los Alpes. Con Max Ernst. Alemán. Estalla la Segunda Guerra Mundial y a él, su amor –“todos los amores son distintos” –, lo detienen y lo llevan a un campo de concentración. Ella escapa. Hacia España. En coche hasta Barcelona, con su amiga Catherine. En tren hasta Madrid. Necesita un salvoconducto para seguir el viaje. Hacia Lisboa. Necesita papeles para rescatar a Ernst. La golpean, ya, los paisajes de la Guerra Civil.
En Madrid, una noche, atribulada por la ausencia de Max, rota por el dolor y desorientada, entra en un local. "Creo que toda esta escena ocurrió en un espacio muy breve de tiempo; […] de repente, me encontré sola con un grupo de oficiales requetés. […] Se levantaron algunos de aquellos hombres y me metieron a empujones en su coche. Más tarde estaba ante una casa de balcones adornados con barandillas de hierro forjado, al estilo español. Me llevaron a una habitación decorada con elementos chinos, me arrojaron sobre una cama, y después de arrancarme las ropas me violaron el uno después del otro".
Días después de la violación, Leonora Carrington sufrió un brote psicótico. En las calles de Madrid. La ingresaron en un manicomio de Santander y la sometieron a un calvario. Con la anuencia de su padre.

'Down Below', pintado por Leonora Carrington tras pasar por el manicomio de Santander.
Pintó Down Below. Cuando recuperó la libertad, la vida; cuando le soltaron las amarras y la dejaron volar.
Down Below. Seis figuras en un jardín. Una es ella. Está, a la derecha, junto a un caballo. En penumbra. Observa a cuatro personajes sentados en el suelo. Sobre ellos cae la luz, el foco. Máscaras, cabezas de ave, cuerpos difíciles. Sus yoes, los personajes que la invaden y de los que se debe liberar. El entorno puede ser, es, el manicomio de los doctores Mariano y Luis Morales. Allí le suministraron Cardiazapol.
Leonora Carrington recuerda cómo la ataban, cómo la sujetaban casi hasta la asfixia y cómo una enfermera le inyectaba una sustancia que ella esperaba que la tranquilizara, que la durmiera, y que sin embargo la hinchaba. "El lavado cerebral dicen que es la última palabra en torturas", escribió años después. Aquel fármaco provocaba ataques de epilepsia. Anulaba la voluntad.
Escribió Down Below. De donde aprovecho los entrecomillados. Nunca habló de esta tragedia con su madre. La diseccionó. Fría, desde la distancia, desde afuera. "Nunca volví a ver a mí padre".
Cada cuadro de Leonora es una pieza en el camino de su vida, un grito rebelde contra el orden y por la libertad de ser. Hermosa en la vejez, nada de locura hay en la vida de Carrington. Salvo la relación meticulosa que mantuvo con ella.
Post Scriptum. La exposición Leonora Carrington. Revelación se puede ver en la Fundación Mapfre hasta el 7 de mayo de 2023. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Además de 188 obras, hay un vídeo con una entrevista a la pintora. Imprescindible.