Escribe Auster: "La pistola que mató a mi abuelo es la misma arma que destrozó la vida de mi padre".
Cerré Un país bañado en sangre, me preparé un té con leche sin azúcar de media tarde y dediqué unos minutos a tomar una decisión que siempre me produce placer: qué leer a continuación. Elegí. Después abrí el móvil, fui a Instagram y vi que Laura Riñón Sirera, inventora de un refugio de sueños en Madrid, la librería Amapolas en Octubre, acababa de reenviar una historia publicada por Siri Hustvedt, escritora y mujer de Paul Auster. A su marido, anunciaba, lo trataban, lo tratan, de cáncer desde diciembre.
Un país bañado en sangre es el último libro de Auster. Un ensayo sobre la violencia en Estados Unidos. Lo había comprado tres días antes por dos razones: está escrito por Auster; lo recomienda el historiador Julián Casanova. Auster explora su relación personal con las armas y, desde esa perspectiva, la violencia que condena a Estados Unidos y que de vez en cuando nos sacude en Europa con una matanza para la que nunca encontramos explicación porque no la tiene.
Escribe Auster: "Millón y medio de norteamericanos han perdido la vida a balazos desde 1968: más muertes que la suma de todas las muertes sufridas en guerra por este país desde que se disparó el primer tiro en la Revolución Norteamericana".

'Un país bañado en sangre', de Paul Auster y Spencer Ostrander.
El libro incluye fotografías de Spencer Ostrander, yerno de Auster. Fotografías en blanco y negro de lugares donde a lo largo del tiempo se han producido matanzas. Colegios. Iglesias. Supermercados. Aparcamientos. Lugares vacíos. No se ve una sola persona en las fotos. Menos aún un alma. Son imágenes desnudas, llenas de frío.
Un país bañado en sangre, editado por Seix Barral, es una autopsia sobre la violencia en Estados Unidos, sus orígenes y su explosión en la década de los 60. Es un cuestionamiento sobre la Segunda Enmienda de la Constitución, que defiende el derecho de cada ciudadano a portar armas. Estados Unidos tiene una población de 330 millones de habitantes; habitantes que tienen en su poder 393 millones de armas.
El amor que siento por Paul Auster surgió cuando alguien -no recuerdo quién- me regaló -no recuerdo cuándo- una de sus obras quizá menos celebrada, menos conocida y, para mí, más hermosa. Mr. Vértigo es la historia de un niño (Walt) al que su maestro (Yehudi) le enseña a volar.
Mr. Vértigo es uno de esos libros que me provocaron un llanto suave y alegre. Un llanto de felicidad y tristeza. Un llanto que a veces me obligó a detener la lectura y sentir allá en el fondo antes de poder continuar. Uno de esos libros que se empiezan al caer la tarde y se acaban cuando el amanecer entra por la ventana. Pocas veces pasa.
Escribe Auster en Mr. Vértigo: "Me reía en algunas partes y lloraba en otras, y ¿qué más podía pedirle una persona a un libro que sentir la punzada de tales goces y penas?".
¿Qué más? Desde entonces amo a Auster. Me entristece su enfermedad.
En cuanto me enteré de la noticia sobre la salud del escritor me senté en el suelo, delante de mí biblioteca, y busqué. Por la letra A. Busqué Auster y dentro de su mundo busqué Mr. Vértigo. Tenía la necesidad de navegar en sus páginas y recordar. No sólo el aprendizaje de Walt, sino el llanto de aquellas horas de lectura sin urgencias, sin límites, sin interrupciones.
Entre la veintena de libros de Auster que atesoro no está Mr. Vértigo. No sé en qué momento se quedó atrás. Acaso en una mudanza, acaso en manos de alguien a quien debo querer sin límite porque se lo presté o se lo regalé o... Tampoco es importante.

'Los árboles', de Percival Everett.
Compro libros de forma compulsiva. Desde hace dos o tres años, casi siempre en Amapolas… Los envuelven y así, prolijos, los llevo a casa y los dejo en un espacio reservado a los libros por leer. De vez en cuanto abro esos paquetes y me reencuentro con ellos. En ocasiones incluso me sorprendo por lo que encuentro, tanto tiempo pasa desde que los elijo hasta que los disfruto.
Antes de enterarme de la enfermedad de Auster, de buscar Mr. Vértigo en la biblioteca y de enredar en los recuerdos de antaño, había elegido ya la siguiente lectura. Los árboles, de Percival Everett. Me pareció una elección correcta. Violencia en Estados Unidos.
Reí hasta las dos últimas páginas, entonces sentí congoja.
He comprado Mr. Vértigo. Quiero volar.