El debate o discurso sobre los beneficios de los bancos tiene poco recorrido más allá de llenar unos espacios en los medios y animar algunos de esos mítines de fin de semana para exaltar a las bases y ocupar unos minutos que los noticiarios otorgan a los políticos sin otra justificación de tenerlos contentos, aunque sin reparar que nunca están contentos, siempre quieren más minutos y aplausos. Controlar los precios, los beneficios, las rentas… forma parte del repertorio populista tradicional. Que siempre hay cursado con rotundo fracaso no cuenta porque ese es un razonamiento secundario que requiere ir más allá del titular para entrar en las explicaciones.
La última ocurrencia a la vista de los beneficios de los grandes bancos, abultados en la cifra pero relativos en las proporciones, es que hay que controlar los intereses de las hipotecas y los propios beneficios de los bancos. Los proponentes concretan que frente a los beneficios, más impuestos y ante los intereses reducir el diferencial sobre el interbancario a una décima.
Lo más probable es que solo sean palabras para el discurso de la semana y que ninguna de las propuestas/ocurrencias se traslade a la normativa, pero el ruido se ha notado y alguna secuela traerá.
El control de los beneficios tiene precedentes; el franquismo original, es autárquico/castrense limitó los dividendos de los bancos durante varios años. Se trataba de algo ejemplar, para evitar escándalos, para señalar un enemigo del pueblo y de la patria. El discurso actual de los ministros de Podemos, incluso del presidente del gobierno que les secunda va por un camino semejante. Eso sí con el argumento falaz (uno más) de que eso es muy europeo.
Los beneficios de los bancos parecen muy abultados (miles de millones) pero los de los mercados, que si saben analizar los balances y las tendencias, no lo ven tan claro. El hecho de que casi todos los bancos españoles coticen por debajo de su valor neto contable es bastante significativo. El negocio bancario regulado (todos los bancos españoles) está muy controlado, es muy transparente y tiene encima a los supervisores que determinan los niveles de reparto de beneficios.
Durante los años autárquicos también se controlaban los intereses y buena parte de las inversiones que estaban sometidos al dictado del ministerio de Hacienda. No fue un modelo eficiente, pero de eso saben poco los que ahora descubren el mérito del control y la intervención. Se trata de un libro viejo y fracasado aunque sirve para distraer.