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Las primeras manifestaciones escritas del nuevo castellano parecen remontarse a las “jóvenas” y “miembras” de hace ya algunas décadas, pero lo tomado a broma en su momento no era sino la avanzadilla de un movimiento sexista que ha gozado, y goza, del valioso marchamo de lo políticamente correcto. Y también de la complacencia cuando no del apoyo explícito de destacadas instituciones o, al menos, de sus titulares. El fenómeno desborda ampliamente el ámbito gramatical al que se contrae la mayoría de los ejemplos aquí recopilados.
Tenemos un galimatías llamado lenguaje inclusivo, que es lo contrario de lo que su nombre pudiese indicar. Algún hispanoparlante del montón entendería probablemente que la inclusión significa que el plural masculino incluiría al femenino, pero ahora es al revés. En el género masculino no se incluye el femenino, por lo que es preciso buscar solución a un problema cuyo origen está en el nacimiento del castellano. Una especie de pecado mortal que sólo se borraría con catecismo y agua bendita en clave progresista.
El Ministro se transforma en la persona titular del Ministerio; el Secretario, en la persona titular de la Secretaría; el Rector en la persona titular del Rectorado; y así sucesivamente. Y si la palabra ”persona” es femenina, mejor que mejor. Cierto es que nadie ha propuesto aún reescribir la Constitución o el Quijote, pero no hay que perder la esperanza.
Se expondrán en el Museo del Prado cuadros que antes reposaban en sus fondos, no por ser obras de mujer sino porque en su mayoría no alcanzaban la calidad de las pintadas por los varones. Algo perfectamente explicable, sin buscarle tres pies al gato, por el hecho indiscutible de que la mujer difícilmente podía dedicarse a la pintura mientras cuidaba de los hijos y de la casa, cosa que su pareja no hacía.
La discriminación positiva y la negativa son siempre dos caras de una misma moneda. Mal cabe la una sin la otra. Una injusticia no se corrige con otra de signo contrario, como una bofetada en la mejilla derecha no es lo contrario de una bofetada en la mejilla izquierda. El reto, como suele decirse ahora, es de índole social, familiar, laboral, cultural y económica. Ahí se encuentran el problema y su solución, y no en una discriminación positiva que lleva al absurdo. ¿Llegará un día en que se tenga que comprar el libro de una escritora al adquirir otro de un escritor?
Se trataría de una pregunta estúpida si no tuviéramos ya unos “niños, niñas y niñes” como última novedad en la materia, predicada desde un Ministerio y reproducida en pancartas y otros alardes propagandísticos a costa, supongo, del dinero público. Más adelante se volverá sobre ello.
Como es sabido, las Ciencias adelantan que es una barbaridad. Pero ahora resulta que también las Letras han intentado hacerlo, aunque con escasa fortuna, en la España de la modernidad, quizás porque los renovadores no eran precisamente maestros en la lengua de Nebrija, quizás porque quisieron poner nuestra gramática al servicio de una ideología, y quizás también por creer que la mayor o menor relevancia político-institucional de su puesto o cargo les garantizaba una especie de “gracia de estado” para sentar cátedra en cualquier materia. Sería interesante conocer la formación de muchos de estos personajes en la asignatura de Lengua y Literatura Españolas. El Maestro Ciruela no sabía leer pero puso escuela.
Las citas no están ordenadas con un estricto criterio cronológico, pero van, en líneas generales, de ayer a hoy. Eso sí, primero las señoras y después los caballeros. Nada, pues, de las socorridas “cremalleras” para evitar discriminaciones sexistas. Por lo demás, este pescador de perlas lingüísticas lamenta que haya más de un género que de otro, así como que la mayoría de sus autores compartan una ideología determinada. En todo caso se agradecerían las aportaciones de los lectores para ampliar el florilegio y evitar cualquier asomo de discriminación.
(Seguirá)