El PP no ha logrado derogar el sanchismo. Alberto Núñez Feijóo ha ganado las elecciones, pero no le va a dar para gobernar. Pedro Sánchez ha resistido bien y está incluso más cerca que el líder del PP de continuar otros cuatro años en la Moncloa. Para lograrlo tendría que reeditar, a un precio infinitamente superior y posiblemente inasumible, la mayoría Frankenstein que lo ha mantenido en el poder esta pasada legislatura y, lo que resulta mucho más comprometido, ponerse en manos de Carles Puigdemont que ha conseguido tener en su bolsillo la llave de la gobernabilidad de España.
El fantasma del empate, del bloqueo parlamentario, va a llevarnos probablemente -ya lo anunciamos aquí- a una repetición electoral como ya ocurriera en las generales de diciembre de 2015 que volvieron a celebrarse en junio de 2016 y en los comicios de abril de 2019 que tuvieron que repetirse en noviembre de ese mismo año. La lógica nos arrastra a pensar que no habrá dos sin tres y que en diciembre los españoles a lo mejor tenemos que volver a votar.
Al margen de lo que signifique estar esposado a las siempre peligrosas exigencias del partido de Puigdemont, que ya ha dicho que de entrada no piensa apoyar al líder socialista, hay que reconocer el éxito tan incontestable como inesperado de Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno ha logrado lo que a priori parecía imposible y ha sido capaz de volver otra vez de entre los muertos como ya lo hiciera cuando fue borrado por su propio partido aquél 1 de octubre de 2016 para imponerse meses después a Susana Díaz y alzarse con la secretaría general del PSOE. Estamos sin duda ante un animal político que en los momentos más difíciles acaba resultando indestructible.
Los españoles, a la vista está, han tenido más miedo a la llegada de la ultraderecha que a la continuidad de un sanchismo que, aunque ha perdido las elecciones, ha logrado tener mejor resultado que hace cuatro años y ha podido levantarse de las cenizas del pasado 28 de mayo, cuando parecía abocado a una larga travesía del desierto. Poco parece importar ahora que acabe pactando con el mismísimo diablo para continuar al frente del país. Al final, la decisión de Sánchez de adelantar las elecciones ha resultado providencial
De la misma manera ha resultado igualmente decisiva la entrada de Vox en los gobiernos autonómicos. Ver lo que se nos podía venir encima a los españoles si las huestes de Santiago Abascal entraban en el Gobierno de la nación, ha sido sin duda otro de los factores que han contribuido al renacer del PSOE y al frenazo que han sufrido los populares los últimos días. La inusitada e inexplicable rapidez con la que el PP ha querido llegar a acuerdos en la Comunidad Valenciana, en Aragón, en Extremadura o en Baleares ha sido totalmente contraproducente a la vista de los resultados de este domingo.
No son pocas las voces que en el propio PP afirman que se tenía que haber esperado a después de las generales para empezar a negociar los acuerdos de gobernabilidad con la extrema derecha. Exactamente lo mismo que ha hecho el PSOE en Navarra donde ha dejado para después del 23J negociar con Bildu la continuidad de la socialista María Chivite como presidenta.
Al margen de la lógica euforia de los socialistas tras los resultados, no le va a resultar fácil a Pedro Sánchez evitar la repetición electoral. Una repetición que sin duda él hubiera firmado hace apenas unos días pero que ahora intentará evitar a toda costa. Llevar aún más lejos su acuerdo Frankenstein, en palabras del desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba, para seguir en el poder no le va a resultar tan sencillo como en 2019. Pero estamos hablando de Pedro Sánchez.
A las exigencias de Puigdemont, sin duda cuantiosas, habrá que sumar las de ERC, que ha visto como su apoyo al gobierno de Madrid le ha costado la mitad de sus diputados; las del PNV, que ha perdido protagonismo en el País Vasco; y las de Bildu, cada vez más crecido y con más posibilidades de vencer en las autonómicas del próximo año. Si la de Feijóo ha sido sin duda una amarga victoria, la de Pedro Sánchez, salvo que él opine lo contrario, tampoco parece ser una completa feliz derrota.