Feijóo no debería mandar a fregar a María Guardiola

María Guardiola y Alberto Núñez Feijóo.

EFEMaría Guardiola y Alberto Núñez Feijóo.

No deja de ser sorprendente en estos tiempos de ideales tan escuetos como permeables que una candidata pueda dejar de alcanzar el tan ansiado poder sólo por no incumplir una promesa electoral, por no cambiar ni una coma de lo que había apalabrado en campaña, por no desdecirse de lo prometido a los ciudadanos.

No es lo habitual. Más bien lo que vemos a diario suele ser lo contrario. Nos hemos acostumbrado con pasmosa facilidad a aceptar cambiar de principios irrenunciables como de chaqueta, a hacer exactamente lo contrario de lo dicho, a que lo prometido no sea deuda.

Lo habitual es codearse con profesionales de la supervivencia que no permiten ni que la realidad estropee un futuro político prometedor ni que una o cien promesas electorales echen por tierra una presidencia del gobierno ya sea de la nación o de una comunidad autónoma.

María Guardiola, líder del PP en Extremadura, se ha convertido en una excepción, en una rara avis entre los de su especie, la política, donde el componente ético de sus protagonistas no suele ser una tabla que se utilice excesivamente para medir su auténtica valía.

Su mensaje es tan directo y contundente, eso si, que ya no puede volverse atrás. Ni ahora, ni después del 23J, que es lo que sospecha el PSOE extremeño que va a suceder. “Todo esto es una gran trampa”, afirman convencidos. Su entorno dice que en Guardiola no hay trampa que valga y avisan que irá hasta el final y que si tiene que dejarlo, pues lo deja y a casa. “Ella ha quemado sus naves y ha dejado claro que no habrá consejeros ultraderechistas en su Gobierno, y con esta idea morirá”, afirman.

Y como vivimos tiempos preapocalípticos, o lo que es igual, preelectorales, el sorprendente comportamiento de Guardiola está levantando todo el polvo imaginable, en lo político y también en lo periodístico, funciones ambas que cada vez interactúan más, pero con lo peor de cada una de ellas.

Que la líder del PP en Extremadura diga que por encima de su cadáver, que ella jamás va a tener consejeros de Vox en su Gobierno, si es que llega a él, ha descolocado a unos y a otros. Especialmente después de ver como en otros lugares, Comunidad Valenciana y Baleares, por ejemplo, o no prometieron en campaña que nunca se casarían con la extrema derecha de Abascal o el componente ético de sus líderes es más laxo que el de la extremeña.

Esta más que palpable incoherencia de que lo que es bueno en algunos lugares de España sea repugnante en otros no está siendo bien administrada por Alberto Núñez Feijóo. El líder popular anda de perfil, incómodo, sobreviviendo, con un ojo en los buenos resultados del 28M y el otro en la campaña del 23J; con un ojo en no meter otra vez la pata y con otro en Vox, que no para de envenenar sus sueños. Y lo hace el presidente del PP hablando con el mismo tono de satisfacción, es sorprendente, tanto de los acuerdos en Valencia y Palma como de la ruptura de Mérida.

Federico Jiménez Losantos, locutor de EsRadio, animaba al Partido Popular a tirar a Guardiola “por la ventana” o en su defecto mandarla “a fregar”

Y ya empezamos a ver fuego amigo contra María Guardiola. En algunos sectores del PP les está inquietando la postura, intransigente, afirman, de su candidata en Extremadura. En primer lugar, porque está dejando en evidencia a otros territorios que sí han visto con buenos ojos lo que ella ha repudiado; y en segundo, porque medios de comunicación afines, o muy afines, de esos que marcan el camino a su líder y a su entorno, ya dicen abiertamente que Guardiola tiene que rectificar. Algunos lo hacen educadamente y otros con lamentables exabruptos.

Como por ejemplo, Federico Jiménez Losantos. El locutor de EsRadio, tras descalificar a Guardiola sin matices, animaba días atrás al Partido Popular a tirarla “por la ventana” o en su defecto mandarla “a fregar”. Pongo las comillas porque ambas recomendaciones, así como un sinfín de descalificaciones personales que mejor no reproducir, son literales como usted puede escuchar si lo desea en Twitter o YouTube.

La lamentable retórica de Jiménez Losantos no deja de ser el reflejo de lo que piensa el sector más conservador del PP. Esas personas con nombre y apellidos, de la casa de toda la vida, que también se encuentran a gusto cuando tontean con Abascal, que pueden pensar lo mismo que el presidente del parlamento balear y que ven en Isabel Díaz Ayuso -que este jueves ya lanzó un dardo envenenado contra su compañera de partido- su principal referente en caso de que el líder popular no pueda gobernar a finales de julio.

Y por la cuenta que le trae, Feijóo no debería mandar a fregar a Guardiola, ni tirarla por la ventana. Debería ver en la líder extremeña una oportunidad. Tanto con vistas a unas elecciones repetidas en Extremadura como a las generales del 23J. Vox se está equivocando en su estrategia porque lo que menos les gusta a sus votantes -que antaño lo eran del PP y que pueden volver a serlo en cualquier momento- es que al final sea el PSOE el que gane.

En estas pasadas municipales, Vox consiguió 1.608.401 votos. Un buen resultado, decían los ultraderechistas, pero engañoso y hasta pésimo si lo comparamos con el de las generales de noviembre de 2019. Y aun aceptando que los ciudadanos discriminan el voto según el tipo de elección, perder 2.048.578 votos en tres años y medio -3.656.979 sacaron entonces- es demasiado perder.

Abascal debería comprender que a lo mejor el voto útil en favor de Feijóo y el PP puede continuar haciendo mella en una formación como la suya con muchos votantes prestados, si estos piensan que, con tonterías como las de Extremadura, Vara y Sánchez todavía pueden tener posibilidades de ganar o al menos gobernar.

Guardiola le ha abierto a Feijóo una oportunidad única de salirse del carril, de poder correrse hacia el centro, de rascarle apoyos al PSOE

Los medios de comunicación que quieren marcarle el camino al PP ya empiezan a moverse contra la líder extremeña. Poco a poco, sin aspavientos, salvo el anteriormente citado, ya dejan entrever que un futuro gobierno popular o será con Vox o no será.

Y lo cierto es que Guardiola le ha brindado a Feijóo una oportunidad única de salirse del carril, de poder correrse hacia el centro, de hacer innecesario a Vox, de rascarle apoyos a un PSOE al que la presencia de Sumar y el recuerdo de lo que significó Podemos esta pasada legislatura, especialmente para el maltrecho votante socialista de toda la vida, podría restarle un alto porcentaje de apoyo que recortara todavía más sus posibilidades, sean las que sean.

No estamos muy seguros de que el político gallego tenga el atrevimiento necesario, haga oídos sordos a quienes pretenden escribirle el guion y aproveche esta buena oportunidad de rediseñar su marcha hacia la Moncloa por otro camino.

Pero la salida en tromba de los medios de comunicación en esta campaña no sólo es cosa de la derecha. No. En absoluto. La izquierda también se presenta el 23J. Ahora, todos los medios están en campaña activa. Nunca ha sido tan grosera su vinculación con unos u otros, nunca han concurrido tan escandalosamente en unos comicios en los que su nombre no aparece en papeleta alguna.

Alberto Ruiz-Gallardón, expresidente de la comunidad de Madrid y exalcalde de la capital, me contaba esta misma semana una anécdota de la que fue testigo directo y silencioso cuando apenas tenía 18 o 20 años y que viene muy a cuento a la hora de visualizar el actual momento de los medios de comunicación en nuestro país.

Recuerda que acompañó a su padre, el desaparecido José María Ruiz-Gallardón, a un almuerzo con el periodista, también desaparecido, Emilio Romero, en Casa Lucio, en la Cava Baja madrileña. Los decibelios de la discusión entre el entonces dirigente político de Alianza Popular y el director del diario Pueblo fueron in crescendo hasta que en un determinado momento Gallardón padre acusó directamente a Romero de ser “un vendido”, de ser “un periodista vendido”.

Romero no aguanto los gritos de su interlocutor y elevando la voz aún más dio una fuerte palmada en la mesa antes de exclamar: “Yo no me vendo José María; yo sólo me alquilo”.