El encontronazo de Extremadura y la inquietante selección de personal llevada a cabo por Vox para las presidencias de los parlamentos de Baleares, Aragón y Comunidad Valenciana demuestran que Santiago Abascal le está ganando la partida a Alberto Núñez Feijóo, y que el líder del Partido Popular lleva trazas de rendirse mucho antes de lo previsto a quienes le susurran en su entorno, político y mediático, que única y exclusivamente con Vox de la mano puede llegar a la Moncloa.
Pero estos susurradores ya miran preocupados la falta de liderazgo del presidente popular y algunos vigilan de reojo a la siempre inquietante inquilina de la Puerta del Sol. Feijóo flojea y empieza a sufrir un cierto miedo escénico. El problema extremeño ha dejado de manifiesto que o no controla completamente su partido o que no vio venir lo que podía suceder si dejaba barra libre a cada comunidad autónoma para negociar como quiera con la ultraderecha, con unas elecciones generales a la vuelta de la esquina. O, a lo peor, que ni controla a los suyos ni ha sido capaz de ver lo que le venía encima.
A cuatro semanas para el 23J los populares siguen metidos en un lodazal a cuenta de sus pactos con Vox y han perdido completamente la iniciativa política de la campaña electoral. Ante la debilidad mostrada por su socio, Abascal no dudará en seguir presionando todavía más con sus meditadas provocaciones allí donde sea imprescindible su apoyo. Ahora mismo Vox ha hecho suyo el relato, no le tiembla el pulso y controla el tempo mientras que el PP se tambalea y apenas aspira a limitar daños.
Es por todo esto que el presidente del Partido Popular está a cinco minutos de hacer caso a Federico Jiménez Losantos cuando el locutor de EsRadio le recomendó días atrás que mandara a fregar a María Guardiola o que la tirara por la ventana; y para que esto no ocurra la candidata extremeña está también a otro tanto de hacer justo lo contrario, parece ser, de lo que dijo que jamás haría hace apenas dos semanas. Defendiendo, además, con tal vehemencia su negativa a pactar con Vox que ahora, si finalmente da marcha atrás, será difícilmente explicable y éticamente cuestionable que acepte pulpo como animal de compañía.
Si se confirmara lo que se intuye, poco parecen haber durado los principios irrenunciables de María Guardiola; poco también sus promesas al pueblo extremeño, la palabra dada durante la campaña electoral, la amenaza de irse a casa si fuera preciso… Ese ‘yo jamás gobernaré con Vox’ que va a tener que borrar de su Twitter y de todas las hemerotecas del país si finalmente cede, pero que difícilmente podrá eliminar de la memoria de todas aquellas personas que la escucharon abjurar sin matices de quienes negaban la violencia machista, despreciaban a los migrantes, estaban contra el aborto y convertían en un trapo la bandera LGTBI. Sólo le vale llegado el caso, y no lo descartan quienes conocen a la todavía candidata popular, que sea ella la que se acabe tirando por la ventana.
Lo que ya nadie pone en duda, y Extremadura es el ejemplo, es que PP y Vox están condenados a entenderse -más el primero que el segundo- y que en todos los sitios donde sea necesaria la extrema derecha para que los populares puedan gobernar acabarán de la mano.
Quizá Feijóo, que parece rehuir ya la pelea por hacerse con el voto de los socialistas desencantados con Sánchez, empieza a tener muy claro que acabará presidiendo un Gobierno que muy bien podría tener a Abascal de vicepresidente y varios ultraderechistas más como ministros, salvo una victoria muy holgada de los populares que ahora mismo no parece probable. El viaje al centro de Feijóo se ha esfumado antes de empezar el camino.
La realidad se ha impuesto en los dos grandes partidos. Y también en la ciudadanía. Si Sánchez gobierna lo hará con el apoyo de Sumar y también de los partidos nacionalistas e independentistas como Bildu o ERC; y si lo hace Feijóo será con los escaños de la extrema derecha de Abascal. No hay más. El líder del PSOE ya habla de ello más o menos abiertamente mientras que el del PP todavía juega a engañarse y pensar que puede rechazar el matrimonio de conveniencia al que parece irremisiblemente abocado. El bipartidismo todavía no ha vuelto del todo.
El líder del PP puede tener a su favor el hecho de que a sus votantes, y a todos aquellos que no lo son pero quieren apartar a Sánchez al precio que sea, no les importe en absoluto cohabitar con Vox, aunque tengan que taparse la nariz para no oler ese tufo que desprende la extrema derecha y que tanto molestaba a María Guardiola antes de verse obligada por Génova 13 a inclinar la cerviz.