Comprendía, todavía muy joven, que para el poeta mejicano Amado Nervo la torre de la Iglesia de su pueblo fuera la más alta del mundo. Y también aquello de la raza cósmica de Rubén Darío. Se trataba de sentimientos y, en el fondo, de licencias poéticas. Más me costó asumir que precisamente en España teníamos nada menos que los Picos de Europa, repartidos entre Asturias, Santander y el norte de Palencia, los Montes Universales (así como suena) en la provincia de Teruel, con la madrileña Bola del Mundo (¿hay quién dé más?) completando el terceto.
Pero con el ruso Yuri Gagarin se inició una etapa de vanidad nacional e internacional frente a la que los anteriores ejemplos son apenas calderilla. El prohombre soviético se limitó a dar alguna vuelta alrededor de la Tierra, lo que no fue obstáculo para calificar su hazaña como viaje espacial. Se empezó a hablar de astronautas y cosmonautas, cuando ni entonces ni ahora hemos hecho muchos méritos para ello. El hombre no ha llegado a ningún astro ni es previsible que lo haga. Y en cuanto al cosmos, hemos de reconocer que probablemente la palabra nos venga un poco grande.
Si los nombres de la orografía española pecan de exageración, ello no sería más que la muestra de una cierta idiosincrasia de nuestros ancestros, pero los astronautas, los cosmonautas y las carreras espaciales son denominaciones utilizadas por la Comunidad Internacional. Quiero decir que merecen menos perdón o disculpa. Detrás de nuestros pretendidos viajes espaciales sólo hay saltos de pulga. Ir y volver de la Luna no es nada si queremos referirnos al universo o al cosmos.
Viene esto a cuento porque andamos buscando sede para nuestra Agencia Espacial. Seguramente sólo estemos cumpliendo con algún compromiso internacional al que serían ajenos países más pequeños. En fin, me halaga nuestra participación, del modo que sea, en todo lo que el espacio significa y, más todavía, si aportamos proyectos propios de investigación sobre alguno de los millones de astros que adornan la bóveda celeste. Aunque al final no nos movamos de casa.
A veces, la exageración roza lo grotesco. Tenemos, afortunadamente, una buena sanidad pública, pero quizá no la mejor del mundo. Sobre todo si se repara en que, según las reiteradas manifestaciones del personal sanitario estos días, nos faltan muchos medios personales y materiales.