Pues yo diría que no. Contamos menos en el tablero internacional que hace años pero tampoco somos el hazmerreír del planeta como dice interesadamente algún comentarista a raíz sobre todo del caso Rubiales.
La primera razón es que no somos el ombligo del mundo, sólo una nación con un peso mundial muy mediocre. El beso de Rubiales ha sido portada en bastantes medios del planeta pero ha sido una llamarada fugaz, no parece que un inversor sueco, un escritor argentino serio, las agencias turísticas de Japón, Corea o China piensen que lo que a menudo califican de “caos en la federación de fútbol” sea aplicable al estado de todo nuestro país. Ninguno concluye de este modo. Bastantes medios extranjeros han comprado la visión fomentada arteramente por el gobierno y difundida por las feministas encolerizadas magnificando la gravedad apocalíptica del beso copiando a la prensa española. Un caso de amarillismo de libro Pero normalmente no han deducido que en España los valores democráticos han sufrido un embate o que las mujeres se debaten en una sociedad profundamente machista.
Si pasamos a temas más serios y de mayor alcance, que al sanchismo no le gusta airear, como el de la unidad de España o los peligros que para la igualdad de las diferentes partes de España representa el peliagudo momento político español actual con los cambalaches que se avecinan el eco es mucho menor y poco riguroso. Escaso y liviano. Si en el caso Rubiales hay tímidas aclaraciones sobre el momento eufórico en que se produjo el beso y ninguna sobre el cambio progresivo de las reacciones de la ofendida Jenni lo que hecho que más de un medio foráneo hable con arrobo del me too español, algo que hasta Woody Allen ha ridiculizado, en el terreno político, las reacciones, la perplejidad, la repulsa de los medios son descriptibles por lo reducidas. Hay, es cierto, un interesante editorial del Washington Post que deduce que nuestros partidos nacionalistas con escasos votos tienen una importancia exagerada en la gobernación de España y subraya que las peticiones de Puigdemont no caben en la Constitución. El periódico, con todo, parece más preocupado con que esto le hace el juego a Rusia que con el peligro que entraña para nuestro futuro.
En Europa, no obstante, quizás por las vacaciones, la grave encrucijada histórica de España no crea muchas portadas. Oigo de gente de derechas que España está haciendo el ridículo porque nos embargan edificios públicos en el exterior o porque los capitostes de Bruselas se dan cuenta de la incoherencia de Montero la Chica o Yolanda Díaz poniéndose a la cabeza del linchamiento de Rubiales cuando ellas han trado con su legislación la liberación de violadores y corruptores sexuales o porque Sánchez se hace pipí en la Constitución en esto o en aquello.
No exageremos. Esto no cala fuera y los capitostes de Bruselas nos vigilan menos de cerca de lo que sueñan los que creen que pueden ser el freno de muchas tropelías oficiales. La vigilancia de Bruselas y las ganas de actuar después de la pelotera con Hungría y Polonia no van muy allá.
Pensemos en el espectáculo de ayer: un prófugo de la justicia, reclamado por España por dar un golpe de estado, delito aborrecido por la Unión, se entrevista con nuestra ministra comunista, ideología fulminada en el Parlamento europeo, para tratar de algo que afecta a la esencia de la nación.
¿Tiemblan los cimientos de los edificios de la Unión europea en Bruselas con este encuentro bochornoso?. No, en absoluto, y para más inri en uno de ellos Puigdemont presentaba una exposición sobre el referéndum ilegal de hace un quinquenio.