Alberto Núñez Feijóo lo tiene claro: si es necesario, incluirá a ministros de VOX en su Gobierno. Eso sí, antes debe ganar las elecciones y sumar con la ultraderecha. Pero parece darle lo mismo: ya está vendiendo la piel del oso antes de matarlo el 23J, aunque las encuestas están cada vez más ajustadas.
En esa línea, el otro día salió con el palacio de la Moncloa de fondo, como si hubiera ganado el derecho a ocuparlo ya. ¿Aspira a ser un okupa de alto standing? No, por Dios, es pura estrategia electoral: si parece que vas a ganar, puedes incluso acercarte a la mayoría absoluta, que de eso se trata: atraer a votantes socialistas, como ocurrió en Andalucía, para evitar que las huestes de Abascal conviertan España en un coso taurino o un coto de caza.
Pero es mejor el escenario del palacio de la Moncloa, aunque denote una cierta jactancia, que el del verano azul que interpretó Borja Sémper. Solo faltaba el barco de Chanquete, pero a más de uno le vino a la cabeza el yate de Marcial Dorado, la operación Nécora y Feijóo dorándose vuelta y vuelta con el culo al aire.
Aparte de los atrezzos electorales pasados y presentes, resulta curioso cómo el PP se torna en un partido de Estado, dispuesto a pactar consigo mismo por España, cuando barrunta dinero público y vellones ajenos. Cuando deposita sus posaderas en la bancada de la oposición, se transforma en un mal samaritano (Lucas 10:25-37 NVI): ni una vulgar PNL concede al partido del Gobierno.
Mientras tanto, Pedro Sánchez, sabedor de que en la pelea está la victoria o no, que diría Rajoy, ha salido a darlo todo, pese a los agujeros negros de Madrid y Andalucía. Se ha sometido a entrevistas con los periodistas más cavernarios, especialmente con Pablo Motos y Ana Rosa Quintana, y ha desmontado la campaña antisanchista con la que el PP pretendía pasearse estas elecciones veraniegas (VOX y sus desbarres también le han ayudado). Y ha cogido de nuevo el ‘carretera y manta’ que tan buenos resultados le ha dado en su carrera política de Llanero Solitario del barrio de Tetuán.
Hasta el apoyo estratégico de Felipe González al PP, con su ya manida defensa de que gobierne el más votado, le está cuadrando a Pedro Sánchez. Cuando los populares son los beneficiarios, el sevillano lo dice con más convicción, sin ningún género de dudas y con un recorrido mediático abrumador (habla hasta para radio-taxi). Cuando le vienen bien dadas a su partido (por llamarlo de alguna forma), suele guardar un riguroso silencio o quizás publicita su tesis con la boca chica. Yo diría que él y Alfonso Guerra les han cogido gusto a los elogios de la derecha e incluso a los de la extrema derecha, que los ponen como ejemplos egregios de gente de orden, de españoles de bien. Atrás quedaron el señor X del GAL y el hermano pegado al despacho oficial de Juanito en Sevilla capital.
Digo que le ha venido bien porque entre los votantes socialistas, Felipe González -Alfonso Guerra es ya directamente extrasocialista- tiene cada vez menos predicamento. Más o menos como Corcuera. Todo lo contrario que José Luis Rodríguez Zapatero, que ha salido con todo en defensa del propio Pedro Sánchez y de la gestión del Gobierno socialista. Aunque puede resultar excesiva su exposición mediática en esta precampaña, la lealtad y el empuje del leonés contrastan con lo que sea que ha llevado a Felipe González y a Alfonso Guerra a convertirse ambos dos en una versión postmoderna del ‘quintacolumnismo’ socialista en una vejez chunga, a contramano de la historia.