Frases como la que encabeza este artículo son parte de la estrategia del manipulador cuando, por fin, el manipulado se enfrenta a él. Al amigo, pariente, compañero o vecino a quien está ayudando y, sobre todo creyendo, para decirle que su farsa ha quedado al descubierto. “No quiero discutir”, “Jamás me habría esperado esto de ti”, “Parece mentira” o “Tú no lo entiendes” son otras de las frases que ocupan los puestos más altos de la inagotable lista de “respuestas” con las que un manipulador reacciona cuando es cuestionado. El caso de Willy Valadés no es distinto; es, más bien y siempre presuntamente, un caso de manual. Cuando sus famosos compañeros de redacción le convocaron a una reunión para, básicamente, decirle eso, que su treta-estafa había sido descubierta, el hombre a quien consideraban un amigo, parte de la familia, tiró del recurso clásico del manipulador al que nos referíamos, es decir, victimizarse aún más.
El “pobre” Willy ya no solo estaba luchando a muerte contra el agresivo tumor cerebral con metástasis en la espalda y la rodilla que amenazaba con llevárselo por delante, ahora además sus compañeros, grandes voces de la radio deportiva en España, le daban la espalda… cuando más los necesitaba. Él, por culpa de su terrible enfermedad, se había convertido en un lastre para ellos: “Yo aquí ya sobro”. Para Valadés, aquella reunión tenía un único propósito: hacerle una “encerrona” porque ya no le querían en el equipo. Antes muerto que aceptar su engaño. El hecho de que los “engañados” osaran preguntarle qué había pasado con el dinero que jamás se destinó a la terapia de protones a la que decía estar sometiéndose, constituía una inconmensurable afrenta. Más aún, suponía aumentar la dramática situación que él atravesaba, la traición de aquellos a los que tanto quería: “Veo que no me creéis, voy a traer los papeles del hospital que acreditan que estáis equivocados”. La frialdad del hasta entonces afable Willy consiguió helar a los presentes y, siguiendo el patrón del chantajista emocional, al victimismo se sumó la ira: si se marchaba de allí profundamente ofendido, evitaba tener que contestar llamadas y ganaba tiempo para planificar sus acciones futuras.
Había puesto la nave del revés a pesar de que sus amigos, incluso después de saberse estafados y traicionados, llegaron a decirle que, fuera cual fuera el problema que estaba intentando solucionar con ese dinero, seguirían ayudándole si les contaba la verdad. Pero la verdad de un manipulador es siempre la suya, de modo que Valadés siguió diciendo que su enfermedad era real antes de levantarse y abandonar la redacción. Se permitió incluso un órdago al que, por fortuna, nadie respondió: “Cuidad de mis padres si me pasa algo”, rezaba el mensaje que poco después envió a Paco González. Una “despedida”. La traición de sus amigos cuestionando la veracidad de su enfermedad era de tal calibre, que lo mejor iba a ser “quitarse de en medio”. Un manipulador carece de empatía, nunca discute para llegar a un acuerdo, si no para ganar, es decir, tener razón. No importa si para ello tiene que mentir sobre la mentira, cambiar de tema, crear una conversación sin sentido o, sencillamente, hacerse el ofendido. Sabe perfectamente que es el otro quien tiene razón y pondrá todo su empeño en desviar el tema principal, ¿A dónde ha ido a parar el dinero? A pesar de la revolución mediática de este nuevo caso de chantaje emocional por “enfermedad” que toca de lleno a periodistas, aún no tenemos ni idea de dónde están los 400.000 euros que sus compañeros dieron para el fingido tratamiento. La estrategia siempre pasa por la confusión y la evasión. Plantar la semilla de la incertidumbre y mantenerla bien plantada, inmune a los intentos de la víctima de racionalizar los hechos: “Tú no lo entiendes”...
El drama es, simplemente, la fuente del inmenso poder que un manipulador llega a tener sobre sus víctimas. La “suerte” en este caso es, precisamente, que no se trataba de una única víctima. Enfrentarse en solitario a un chantajista emocional versado en el arte de la manipulación supone que, en el mejor de los casos, pasará mucho tiempo hasta que alguien dé crédito a la víctima en lugar de al manipulador, un magistral actor capaz de retorcer la verdad hasta límites insospechados. Por desgracia, como el amor, quien lo probó, lo sabe. Interpreta su papel tan rematadamente bien, que durante bastante tiempo la propia víctima dudará de ella misma llegando a cuestionarse. “¿Seré tan mala persona que pongo en duda las afirmaciones que, entre lágrimas y mirándome a los ojos, sigue repitiendo? Simplemente, alguien “normal” no concibe que una persona a la que quiere pueda mentir con esa solvencia una y otra vez. Tu instinto te dice que tu versión de una situación es correcta, pero el otro seguirá intentando convencerte que lo que piensas está equivocado. Normalmente hasta agotarte.
Y es que el manipulador parte con mucha ventaja. Antes ya ha detectado las debilidades de su víctima – en realidad son las de cualquier persona decente - y se aprovecha de ellas, mimetiza su lenguaje emocional apelando a sentimientos que él jamás ha tenido y, desde ahí, lanza su ataque. Un “desembarco” metódico, analizando cada uno de los movimientos, como Valadés cuando enviaba de forma regular mensajes a todos los miembros del grupo de Whatsapp Pequeño Willy en el que daba información puntual sobre la evolución de su tratamiento y de su enfermedad. El objetivo es dar lástima, una estrategia que apela a las partes del cerebro más relacionadas con el sistema límbico y la memoria emocional y que tiene un potente efecto sobre la conducta de los demás. De hecho, algunas personas no pueden evitar ceder en todo aquello que piden a pesar de intuir (o saber) que están siendo engañadas. En el caso de Valadés, de hecho, nadie sospechó hasta que uno de los estafados coincidió en un evento con el director de la clínica y le preguntó por el estado de su amigo…